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lunes, 14 de mayo de 2012

Antonio Gracia en los infiernos (Poemas comentados, IV)


Mozart: Requiem

El Poder inventó el Infierno para defenestrar a cuantos se le opusieran. Durante milenios, el poder más poderoso ha sido el de la religión, creadora de mitologías torturantes y paraísos gratificatorios.
Muchos héroes han descendido a los infiernos para demostrar que no temían a los dioses, o para desafiarlos. Hércules, Orfeo, Ulises, Eneas... Jesucristo...
Pero hay otros infiernos más fieros que el infierno: aquellos que resultan del vivir una vida sin dioses protectores y llena de demonios.
Soñadores que encuentran sus sueños trepanados por la calamidad de la existencia. Dostoiewskis y Poes, Baudelaires, Rimbauds, Schúmanes y Moussorgkis, Vangohes o Modiglianis. Alighieris y Sábatos. 

No es el infierno el otro, sino uno mismo vencido por los otros al tenerlos en cuenta para la propia estima. Pero el otro, en verdad, es el que queremos ser y se nos niega porque nuestro auténtico yo es la desintegración de unos fragmentos irreconciliables. 
El infierno está dentro de nosotros. Quien vive infiernos sueña paraísos. El que busca utopías halla muertes.
Queriendo ser un dios para burlar la muerte me convertí en un demonio ensañado consigo mismo.


He aquí el minotauro que era yo cuando -también- me convertí en mi laberinto:


Antonio Gracia en los infiernos 


Al tercer día no resucité.
De pronto me sentí como un naufragio
y, entre las olas, mi ceguera incierta
miraba crisantemos en el fuego,
un túnel sin tiniebla, estrellas rotas
y a Dios besando un labio de Satán.
Había una mujer de fuego amando,
ángeles trepanados, santos rubios,
muertos que resucito en mi memoria,
vírgenes antropófagas y oscuras,
cruces desordenadas y una lluvia
como una sensación de amor profundo.
En las cenizas del volcán eterno
se levantaba triste y melancólico
un pecado con forma de varón.
Después volví a subir como un ahogado
al mástil de la vida, y no recuerdo
más que una obstinación en la mirada
y la eyaculación de Dios sobre la Virgen.
                
                                              (1970)