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jueves, 19 de julio de 2012

Un poema de Francisco Gálvez (Antología, LXXXVI)



Cherubini: Medea


OTRA VEZ  LITERATURA                                 



I
Auster no dispone de las reliquias de Europa
pero es rabiosamente antiguo aunque nunca lo piensa.
Lleva la emoción con pinzas de relojero
y con la rapidez de un fotograma. A veces se desdobla
entre la hierba en la distancia de altos edificios
o escribe de lo que todos hablamos, de extremo a extremo,
y la palabra en mitad de una calle, señal de cómo somos,
formas de sentir a diario. Una mujer en la oscuridad
y otra bajo la luz de una farola, las dos esperan
a que llegue el día. El agua sobrepasa a la verdina
y las piedras señalan un lugar. Y Manhattan ya tiene pasado
y no está huérfana, hoy no espera al viejo mundo,
ya tiene ese universo tan nuestro y tan suyo.

II
En nada se parece al poeta que todos esperan
y se llama Anselmo. No lleva móvil ni donde dejarle recado.
Por las calles de la ciudad camina entre árboles
y gente en silencio, a todos sonríe,
entre veladores de las cafeterías busca a sus posibles lectores
y deja un ramillete de poemas sobre las mesas,
no habla ni pide nada. La ciudad le tiene aprecio,
lleva una guitarra que nunca toca. Los poemas son buenos,
se los compro sin gesto académico -somos amigos, hablo con él,
escucho su poética- Cuando termina la ronda recorre el camino
de vuelta, algún diálogo si le hablan, y casi siempre se marcha
sin apenas nada. Esa libertad se permite. Ayer a un poeta quieto
le han dado el premio nacional al fomento de la lectura.

(De un libro Inédito)
FRANCISCO GÁLVEZ