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jueves, 6 de septiembre de 2012

Ecologías



       Todas las ciudades costeras del mundo serán submarinas cuando el cambio climático consuma su catástrofe y se derritan los hielos del planeta; entonces el nivel del agua de la Tierra habrá ascendido unos sesenta metros. Las ciudades serán ruinosos habitáculos de cadáveres humanos. Solo existirán plagas, peces, hecatombes y légamos.
       Hemos intoxicado nuestra vida social con la agresividad, y nuestro entorno natural con la contaminación surgida del progreso incontrolado. Sin embargo, ¿por qué ser nuestros propios depredadores solo porque la prisa nos injerta la crispación y porque el consumismo nos acomoda para la despreocupación medioambiental? ¿Existe mayor insensatez que convertir la propia casa en un vertedero irrespirable? ¿No es la enfermedad de la Tierra la que le inoculamos con nuestros despropósitos?
        Necesitamos un ministerio de ecología -todos los países lo necesitan- que nos enseñe que de poco sirve solidarizarse con el presente si la solidaridad no incluye el porvenir.
    Equiligual: se necesita asimismo un ministerio de solidaridad que -además de recordarnos que los pobres, propios o ajenos, mueren de hambres y hambrunas- nos conciencie del futuro y nos sancione en el presente si lo convertimos en un residuo inhabitable para quienes vengan.