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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Érase una wert en la enseñanza…

 Holts: Los planetas. Marte.


El Alienígena detuvo su nave y la dejó levitar sobre la Tierra. Escuchó la voz del Ciudadano:

“Creo no exagerar si digo que, tristemente, y desaparecidas las humanidades, o en vías de extinción, el sistema educativo es solo una industria más del Estado. En sus fábricas -dicho asépticamente- hay unos obreros, que son los funcionarios de la Enseñanza, y unos productos: los alumnos, niños, adolescentes y jóvenes, que crecen en las aulas sin que nadie les haya explicado que estudiar es una suerte y no un castigo: una entrada para comprender el mundo y no un destierro en una cárcel.

Esta falta de explicación profunda y clara es la causa de que el joven se rebele contra el profesor, el padre y cuanto se parezca a un autoritarismo que lo obliga a hacer lo que no quiere porque no entiende su imposición. Es comprensible: ¿quién no se rebelaría ante aquel que le priva de lo que considera su libertad?

Sin embargo, ante la incompetencia de la política para compatibilizar progreso y sociedad, esta rebelión se parece cada vez más a una depredación incontrolada en la que las normativas y pedagogías cambiantes y frustrantes desorientan incluso a la brújula más cuerda. 

¿Quién es el causante, responsable y culpable de este caos? ¿No es el Gobierno un empresario que delinque impunemente porque conoce la inutilidad de sus sistemas? Si es así, estos son tres de los males que produce en la fábrica de su sociedad:

- Unas aulas que ya son simplemente espacios en los que los padres aparcan a sus hijos. 
- Unos profesores que, más que docentes, son guardias de seguridad obligados a preocuparse de cómo mantener el orden sin sucumbir ante las hordas. 
- Unos alumnos atrapados en una enseñanza que no enseña a amar el aprendizaje, sino a odiarlo, y que aprenden, ante el diluvio de  suspensos y descalificaciones, que el mundo es una inmensa y anónima bofetada de la que deben defenderse, también, con incontables bofetadas…”.

En este punto, Alienígena, oyendo que se descuidaba y malversaba la materia prima –el conocimiento, la sensatez- con la que se edifica la existencia, dedujo que nada bueno podía cosecharse en tal planetoide y puso rumbo a otro más digno al que ofrecerle sus descubrimientos sobre el uso de la inteligencia.