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martes, 5 de febrero de 2013

En el aula política

Bach: Chacona

Adela acaba de leer para sus compañeros el fragmento de Maquiavelo en el que instituye "la razón de Estado" como principio de gobierno. 
     - Según eso -dice Pedro-, el fin justifica los medios, y yo puedo quitarle el bocadillo a Paula si tengo más hambre que ella.
     - ¿Y qué pasa si soy yo quien se come tu bocadillo? -pregunta Yolanda-. Mi madre me aconseja que no utilice la fuerza, pero que es mejor, en caso de necesidad, hacerlo para ayudar al débil frente al brabucón.
     - Dicen que los políticos ganan muchos euros -interrumpe Pedro para desviar el tema- ¿Qué hay que hacer para ser político?
- Lo primero, no sentir, y menos pensar, lo que acabas de decir: la política debe ser un medio, no un fin. Lo segundo: no tener ambiciones egoístas. Tercero: intentar ayudar a los demás sin imponerles nuestro concepto de ayuda.
     Se enciende el proyector: los alumnos observan, dos veces, el principio y -casi- final de Emiliano Zapata, de Elia Kazan. En la primera escena, Marlon Brando reclama al presidente los derechos de los campesinos. El profesor hace hincapié en el paralelismo invertido de esta con la segunda escena: ahora es Marlon Brando, trasnsformado años más tarde en caudillo, el recriminado por otro campesino que reclama sus derechos y promesas, igualmente incumplidas. Y comenta:
     - Es triste; pero parece irrefutable -ojalá haya excepciones- que la honradez no puede evitar alguna caída en la corrupción. Por ejemplo: un político honesto quiere establecer la justicia en una sociedad injusta. Intenta, naturalmente, conseguir el poder para establecerla; y -naturalmente- no lo consigue porque los poderosos de esa sociedad se lo impiden. Nuestro político se dice finalmente que si cede una sola vez a las presiones de sus enemigos conseguirá el gobierno y convertirá desde él la utopía en realidad. 
     - Juan: ¡Por una vez, y con esas buenas intenciones...!
     - Lo que tal vez no sepa nuestro buen ciudadano es que su pureza e integridad se han contaminado ya con ese dilema (que sus ojos acaban de estrenarse en el furtivo arte de la confusión y el estrabismo de la ética). Lentamente irá añadiendo a las palabras "integridad" y "corrupción" sinónimos y eufemismos cada vez  más ambiguos y próximos a "el fin justifica los medios". Así el mal se irá disfrazando de bien, hasta suplantarlo sin tener conciencia de ello. Y las pequeñas excepciones se habrán convertido en regla.
     (Lidia va anotando las palabras que sus compañeros indican al levantar la mano).
     - Eso es lo que acabáis de ver en esas dos escenas: el íntegro  Emiliano Zapata, heroico y solidario luchador contra tiranos, acaba creyendo que el equilibrio conseguido con su revolución es el más armonioso y justo, y se convierte en otro dictador que cree injusto que pretendan cambiarle el orden social que con tanta integridad y esfuerzo ha conseguido. No se da cuenta de que también los tiempos cambian y cada sociedad necesita un orden nuevo para satisfacer la nuevas necesidades y eliminar las caducas. No es consciente de que una pequeña piedra inevitable ha entrado en su engranaje y que no sirve el "cambiémoslo todo para que todo siga igual" (recordad la frase del otro día: Lampedusa, en El Gatopardo); es decir: que hay que cambiar las esencias, no solo sus nombres. Porque el hombre, y la sociedad, que es un hombre multicéfalo, es un ser en constante mutación síquica: y, más lentamente, física.

El profesor pide para el próximo día unas 20 líneas como resumen y comentario de lo hablado. Lidia escribe en la pizarra las palabras anotadas y lee en voz alta sus significados en el Diccionario.