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miércoles, 10 de julio de 2013

La construcción del poema (XVII): Hacia la vida



Schumann / Mitsuko Uchida: Kreisleriana (1st)

La construcción del poema (XVII)
Hacia la vida

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     A) Vencida la identificación con la elegía, ¿cómo no intentar construir la identidad hímnica? ¿Y cómo no empezar defendiendo el hecho de vivir, negando que "el mayor delito del hombre es haber nacido"?

     Los primeros pensadores, filósofos, o analistas, tejieron sus teorías sobre el mundo: la existencia era un cúmulo de placeres o sufrimientos, errores o aciertos, caos o cosmos. Tal vez triunfó la visión de quienes entendían que este mundo sería un buen espacio para vivir si se eliminaban los errores. Claro está que los errores se debían al cuerpo, rémora de la pureza del alma. Como consecuencia, el cuerpo se convirtió en el enemigo de la felicidad. Por lo que se le condenó a purgar su culpa mediante sacrificios y torturas, en tanto que se ensalzaban las excelencias de la muerte como puerta hacia la liberación del alma. La historia del pensamiento es, de este modo, una historia de la condenación del cuerpo y, por lo mismo, de la naturaleza corporal. Tuvo que llegar el hedonismo, en su más noble acepción, para que se defendiesen las pulsiones de la carne y su aventura en este pequeño lugar llamado Tierra. Como digo, ha de empezarse defendiendo el nacimiento y la dignidad cotidiana de la vida. La asunción del padre de que su paternidad debe celebrase, no condenarse.

     B) Pocos poemas se han dedicado al padre; muchos al hijo y a la madre. Suelen ser adulaciones, hipérboles, piropos. Elegías, himnos: óxidos del amor enardecido. Son palabras en las que se expone más un deseo que una realidad pasada o futurible.

      Las Coplas de Manrique son, en verdad, un sabio compendio que utiliza como causa o excusa la muerte de don Rodrigo. Las nanas de la cebolla constituyen una arenga al hijo para que no crezca, para que se invista del síndrome de Peter Pan y no sufra las indefensiones de la existencia. Los dos poemas, tan distintos, coinciden en ser dos ejercicios de inteligencia lírica, aunque su estatura y condición sean muy diferentes.

         Si nos acercamos a "Palabras para Julia", su autor nos ofrece -en un lenguaje alejado del lirismo tradicional y la palabra con certificado de garantía estética- una emoción que sobrepasa el aparente prosaísmo con el que el eneasílabo, de escasa tradición poética, expresa la atávica preocupación que todo padre siente por el hijo. La sequedad expresiva, cercana al adanismo prosaico, parece fruto de una huida de la "literatura" y un acercamiento a la desnudez de la pura emoción, premisas que acaban venciendo lo que parecen simples obviedades dejadas caer con descuido.  Que el poeta se ha esforzado en esa huida tal vez lo muestre la esquivez o rechazo del endecasílabo *pero yo, cuando escribo estas palabras*, que resultaría de unir conceptualmente los dos eneasílabos "Pero yo, cuando te hablo a ti, / cuando te escribo estas palabras", ripiosos por contumaces mantenedores del estrofismo triversal en el que se ha decidido componer el poema.

      ¿Qué nos atrae de estos tres fragmentos del corazón humano? Manrique nos regala todo un tratado de filosofía experiencial y emocional, que es lo que en el fondo es la poesía: una conclusión lírica liberada del silogismo. La meditación nos expone tantas verdades que la mente se rinde ante su exactitud expresiva y estoica. Hernández recoge su dolor y lo espolea con júbilo furioso, alentando al niño a que se mantenga como un animal roussoniano. Goytisolo sale del canon clásico y se sitúa en medio de la multitud, habla como si su sentir fuese el de todos y cualquiera, no elige la tragedia categorizada para trascenderla sino la vulgar cotidianidad, lo que de por sí no es lírico. También Hernández parte de un hecho real: pero elige escribir un poema poético; y lo consigue. La poesía de Goytisolo emana, por el contrario, del contraste entre lo que se percibe y el vehículo verbal con que se expresa.

         Hernández Manrique continúan sintiendo y hablando como el Pleberio de "para quién fabriqué navíos": según un mundo individualizador en el que el bien se desea para el individuo -el ser al que se dirige el poema-. Goytisolo rompe la muralla del egotismo y remite el bienestar de la hija al bienestar social, a la solidaridad a la que aboca la existencia en un mundo cada vez más incomunicado e insolidario. Creo que precisamente ese registro "social", que podía haber hundido panfletariamente el texto si se hubiera desarrollado como una consigna en vez de como compulsión propia y universal, es lo que más  lo entraña: la necesidad de ayudar al hijo a vivir lejos de la tristeza, y la impotencia ante el ejercicio de tal necesidad. (Naturalmente la concepción trágica de la existencia corresponde al padre, no a la hija; y es desde esa concepción y desde la precaria protección paternal desde la que se habla. No es a un dios al que se invoca como protector, sino a otro ser humano, el propio padre, sujeto a la inclemencia del vivir y que conoce la precariedad de su protección: "Perdóname, no sé decirte / nada más; pero tú comprende / que yo aún estoy en el camino". Recordemos que el "aullido interminable" de la vida  -verso 3- terminó empujando al autor al suicidio). 

    Este poema -publicitado por la voz menos trovadoresca que juglar del cantautor adolorido- ha debido influir en el corazón más que todos los "sociales" de su autor y autores coetáneos, con lo cual es más social que todos ellos: porque la sociedad no se cambia imponiendo ideologías, sino sensibilizando, humanizando, identificando las verdaderas necesidades del hombre diacrónico (y por eso toda poesía es social). Esa sensibilización es la que hace que un texto sea intemporal y no pierda su vigencia. Quien quiera observar la distancia entre un poema efímero y otro perdurable lea el coyuntural panfleto "Los celestiales", del mismo Goytisolo, remedo al fin de las seculares luchas poéticas. O compare la nula gesticulación expresiva de "Palabras para Julia" con el dulzón y encorsetado seudolirismo de "Hijo mío", de Leopoldo Panero, en el que es el padre el que reclama la ayuda del hijo. Empalago y religiosismo ajenos al gran poema al hijo que es "En la muerte de Carlos Félix", de Lope: pero  su extensión e idiosincrasia áurea lo alejan del lector actual.

        Cuando se piensa en la proximidad de la muerte y en si se ha legado algo de vida, seguro estoy de que las "Palabras para Julia" las siente cada lector como dichas por él mismo y para sí mismo: son las que nos gustaría haber oído y, mucho después, haber escrito.

   C)


PALABRAS PARA JULIA

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

Hija mía: es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

Un hombre solo, una mujer,
así tomados, de uno en uno,
son como polvo, no son nada.

Pero yo, cuando te hablo a ti,
cuando te escribo estas palabras,
pienso también en otros hombres.

Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

Perdóname: no sé decirte
nada más, pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.

Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

                   J. A. Goytisolo
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 J. A. Goytisolo 


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