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martes, 31 de diciembre de 2013

Al final del abrazo

Schumann: Réquiem para Mignon

Recordó aquella vez en que María y él recibieron el año nuevo con doce largos coitos, como doce botellas de champán penetrando en la copa: hasta que, como el hombre del Gólgota, ya no derramaba nieves encendidas sino tan solo agua azucenada.

Ahora todo era distinto; no solo por los años, sino porque también llega la muerte al paraíso: y al amor.  

Ella ya no lo amaba. ¿O temía continuar amándolo? Se decía a sí misma que era imposible seguir así: alternando alegrías y tristezas. 


En otro tiempo comprendió su compleja personalidad, las furias y demonios de su espíritu, y lo amó a pesar de ello, a pesar del sufrimiento que le producía amarlo. 

Pero ya no: tenía que dar una solución a su vida, y era alejarse. No se preguntaba quién iba a solucionar la vida de él, que todavía la amaba desde su complejidad, sus ausencias y presencias, su atormentado existir.

Lo más fácil era decirse que ya no lo amaba, que él tampoco la amaba, que lo mejor era decidir por él. Y si era a él al que le correspondía sufrir, que sufriera. 

De modo que se quedó latiendo el beso, levitando, esperando las dos bocas que durante tantos años lo habían recogido.


Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido!

lunes, 30 de diciembre de 2013

Del erotismo (La construcción del poema, XXII)

Schumann / Du Prè: C violoncelo.

Del erotismo (La construcción del poema, XXII)

La fuente en la ceniza



Dos pulsiones rigen la existencia: eros y tánatos. El instinto de supervivencia nos lleva hacia el coito continuo para que la vida no se extinga. Contrariamente, la muerte elimina inexorablemente a los nacidos, con lo que la lucha entre eros y tánatos se convierte en la violencia más sostenida, e inextinguible, de la Naturaleza.

Por razones de convivencia social, cuando uno entre los muchos animales de La Tierra empezó a gobernarse por la conciencia, se castraron las libertades naturales del sexo y se reglamentaron sus instintos, ya que difícilmente podría el recién nacido ser cuidado por sus padres si estos, mediante el emparejamiento o matrimoniación, no se aseguraban de tal paternidad. La sexualidad cinegética (coitamos porque lo exige nuestro instinto) pasó a ser controlada; y su descontrol, perseguido por la sociedad.

Sin embargo, igual que la vegetación exuberante es imparable en el Amazonas, el sexo es un río amazónico en la selva social. De manera que los lances amorosos, los extramatrimonialismos y erotismos liberales o libertinos se han ido sucediendo y excomulgando desde el origen de las civilizaciones para detener su erotómano flujo. Lo cual no ha evitado que siempre haya habido un guadiánico río en la vida y, por tanto, en las artes, que han dado fe del vigor y vigencia de tal condición humana y animal.

Ovidio, Petrarca, Sade … con metáforas y otros escondites, o sin ellos, lo han resaltado, como tantos otros, saltándose el tabú en que se había convertido. La castración de la sexualidad produce monstruos, o visiones arcangélicas. Aberraciones y paramisticismos. Porque la energía siempre se transforma en algo tangencial a sí misma si se le impide su espontánea combustión. 

Leamos el siguiente poema:
La fuente en la ceniza

Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
y esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.

La exaltación erótica del poema es evidente. Pertenece al libro Bajo el signo de Eros.

El poema nos presenta dos cuerpos en lujuriosa conversación apasionada. Nada procaz. Tal vez algún lector eche de menos, en estos tiempos de bocazas, la ausencia de un lenguaje abrupto, burdas expresiones, léxico vulgar y tabernario... acordes con el tema de la lascivia tratada por la poesía prostituida y prostituta ¿Es por esteticismo…? Veamos de nuevo el poema:

La fuente en la ceniza

Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
y esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.


El amo, con su yo implícito, repetido anafóricamente 8 veces en sendas oraciones paralelas por él encabezadas, arrastra buena parte del vocabulario hacia ese combate sin violencia bélica que llamamos coito. El rojo carnal de amo asimila o contagia semánticamente buena parte del entorno léxico que le sigue.

 Las expresiones “carnal”, “puma”, “cuerpo ansioso”, “sudor que lubrica”, “erosión de la piel”, “desenfreno”, “arrebato”, “te abres como un libro”, "nuestros sexos"… dibujan la imagen explícita de la fricción de la carne, la devoción por la salacidad, la voraz devoración mutua de la carnalidad… 

Todo el mundo sabe que semántica viene de semen: y ese fluido impregna los cuerpos como un sudor erótico provocado por las incontinentes embestidas lujuriosas del ariete en que se ha convertido amo. De modo que la sensualidad sexual parece ser el único arbotante del poema. Helo aquí, enrojecido en tal acepción:
La fuente en la ceniza

Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
y esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.

Sin embargo, acabado el trasiego lujurioso, lúbrico, libidinoso, lascivo, salaz, rijoso y etcétera, los versos 11 y 12, plenos de lasitud posorgásmica tras el príapo y mesalino esfuerzo, desembocan en un final que también explicita que la estridente cópula que se nos describe es la puerta para otra realidad intangible, sublime e “infinita” a la que conduce el acto sexual. Hay quienes sienten un destello irracional paradisíaco ante el mar, al contemplar el firmamento, al extasiarse ante un dios... y también hay quienes se asoman a esa solemne y oscura claridad cuando la carne reclama toda su materia e identidad, que no es solo carnal (Don Quijote sintiendo a Dulcinea, por ejemplo, Amiel ante sus sublimaciones innominadas…). 

Si nos fijamos ahora, desde esta perspectiva, vemos que muchas palabras abandonan su significado sexual o lo transfieren, o lo enriquecen, con una más alta concupiscencia. El amo no es una mera invasión retórica, sino vislumbre de transfiguración. De la luz carnal hemos obviado su identidad de oxímoron, que sintetiza lo aparente o ancestralmente antitético: cuerpo / espíritu; la materia corpórea y carnal es realmente una luz que hemos pasado por alto y que ilumina otros elementos.  El puma devorador es ahora un saurio esplendente. La luminosidad del piafar de los cuerpos se yergue hacia otra dimensión cósmica, como indican el fulgor robado a las estrellas y la búsqueda infinita. 

De manera que bien puede decirse que el poema no se reduce a ser una exaltación de la carne y sus placeres, sino una invocación y celebración de lo que hay tras ella o en ella. El amo ya no es solo un mecanismo de insistencia, sino también de gradación: desde la pura materia carnal hasta una sensualidad que trasciende la carnalidad, pasando por la sublimación, el paramisticismo (*) y otros matices del caleidoscópico ente -invisible, inefable y otro largo etcétera- que hemos dado en llamar -aunque los nombres pocas veces nombran, definen e identifican- Amor.

Cobra sentido así el dístico del autor: Sobre tu cuerpo escribo con mi cuerpo / el gran poema de la identidad. Y el final de otro poema: Mañana será amor lo que hoy es sexo.
La fuente en la ceniza

Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.

Como he dicho, este poema pertenece al libro Bajo el signo de Eros; y pudiera decirse que si no es central sí es nuclear del resto de poemas. Una primera parte acoge figuras en el tiempo y en movimiento, como breves cuentecillos tocados por la lujuria, el sarcasmo o el divertimento. Pero el libro deriva en estampas de otras figuras escorzadas y pulidas por una creciente desolación. Tal vez sea tal sucesión y ambiguedad polisémica la que da templanza a la configuración del poema. Desde la mitología a la Historia, el arte o la escritura, se suceden leves sonrisas y graves pesadumbres. Eros y tánatos en una continua y desigual batalla en la que es el autor el que más pierde. En algún momento lo resumí así:

Siempre he sido esclavo de la pluma: necesitaba su confesionalismo para liberarme de mí y abandonarme en el folio. En los últimos tiempos parecía que un gran océano acumulado por la voluntad y los libros escritos apaciguaba mi infierno. Por primera vez no necesitaba escribir. Era dueño de la pluma. Me puse a jugar con ella, con la obtusa intención de esbozar algunas fabulaciones, como un divertimento. Pero me equivoqué: pronto la pluma reclamó su origen y fue olvidando su ludismo y recobrando su entidad de verdugo consolador: se lanzó a trazar un conjunto en el que la tragedia triunfaba sobre cualquier sensualidad.

Bajo el signo de eros y tánatos, pues. Sirva La Celestina para ilustrar ambas pulsiones: en la cita nocturna, Calixto cachea amorosamente a Melibea, quien, aparentemente recatada pero más hija de nuestro tiempo, pregunta, falsamente melindrosa, qué hace su enamorado con tanto estiramiento de sus ropas; y Calixto, bajo el signo de Eros, le dice: “Señora, quien quiere comer el ave primero le quita las plumas”. Finalmente, cuando, muerto Calixto, Melibea no encuentra razón sin él para vivir, se suicida arrojándose desde la torre; y su padre, Pleberio, bajo el signo de tánatos, grita: “¿Para quién fabriqué navíos? (léase futuros)”.

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(*) Parece evidente que cuando Teresa de Jesús describe su éxtasis como un ángel penetrándole el corazón con un dardo de oro no es ese órgano el  tan concupiscentemente penetrado.
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domingo, 29 de diciembre de 2013

33 Laconismos. Sexta Serie

Avuelista: Despojamiento lacónico

El artista no puede aislarse en ese país llamado arte, desertando de la realidad física: porque, si no, no se cumple enteramente como hombre.
***
Todo aquello que sueña el corazón 
existe en algún sitio
o acaba por crearse.
***
Hoy no puedes sentirte orgulloso de ser hombre hasta que no despiertes, siquiera, una sonrisa ajena.
***

La vida siempre se tolera o se admira más cuando se ha perdido que cuando se posee: cuando los sueños han sido derribados por el fracaso de las ensoñaciones ilusorias. ¿Pues qué es la vida sino un viaje junto a otros y contra otros, una sucesión de incomprensiones que nos empeñamos en vencer?
***
De verdades -poéticas y prosaicas- vive el hombre, no de versos impunes ni prosas sin semilla.
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La estatura poética nada tiene que ver con la extensión poemática.
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La poesía es un péndulo íntimo que oscila entre dos semas nucleares: la oda y la elegía.
***
El mejor poema es el que dicta, con palabras de otros, las que quisiéramos que fueran nuestras porque se convierten en un fragmento de identidad humana. Por eso debe estar escrito por el poeta que hay en cada hombre y para el hombre que hay en cada poeta -y en todo lector.
***
La sociedad se pudre cuando convierte la solidaridad en complicidad. 
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Lo que importa no es cómo se llega a un poema, sino el poema, su noble idiosincrasia. Pero mejor que crisantemos de la sombra es ofrecer perfumes de la luz. 
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Si trazamos una bisectriz a lo largo de la Historia de la poesía veremos que, fundamentalmente, es la misma que la de la Historia del hombre: un corazón puesto a pensar sobre sí mismo. De donde se deduce que un poema pretende ser tanto un autorretrato metafísico como un retrato del hombre universal. 
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La muerte es el único monstruo al que no puede vencer la voluntad.
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Reler a los "clásicos" es descubrir que la pluma sabia se ennoblece con el tiempo.
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Aprender de los errores es el primer paso en el camino del conocimiento.
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Ahora ennecedarse es el mayor onanismo de la inteligencia.
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El misterio es la sustancia que mayor atractivo ejerce sobre el ser humano, ya que, como ser racional, el hombre necesita, inexorablemente y como afirmación de su identidad, explicarse lo irracional, liberarse de la animalidad.
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Muchos hay que pretender ser la conciencia de los demás y los verdugos de quienes piensan libremente.
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La verdad de cada uno es lo que cada uno cree que es verdad. Y nada pueden los otros para demostrar lo contrario: porque a la razón egótica le repugna admitir su error e inventa causas para su contumacia. 
***
La nostalgia no es otra vida, sino carencia de ella.
***
Ser adulto significa haberse convertido en suicida inconcluso del niño que fuimos.
***
¿Qué hacer cuando la impunidad preside una supuesta Democracia? Ya no podemos culpar a un dictador. ¿Somos nosotros quienes creamos delincuentes? 
***
Buena es la velocidad (si se sabe para qué llegar antes y adónde).
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El corazón tiene razones que debería explicarle a la razón del corazón abandonado. Pero el dolor no es capaz de entender.
     ***
En la auténtica poesía el poeta propone y es el hombre que hay en él el que, finalmente, dispone: y el poema siempre acaba por decir lo que incluso el poeta quería silenciar. Lo demás es literatura.
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Es el artista -pintor, escritor, compositor...- el que, siempre en actitud introspectiva, consigue dar forma a sus fantasmas o sus ángeles. El auténtico artista expresa su realidad -sea figurativa o abstracta- minimizando la distancia que hay entre su creación y el objeto -físico, síquico- de su interés. 
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La naturaleza espontánea de una obra es el resultado de la eficacia de su naturaleza cultural.
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Mejor que educar para merecer el cielo es enseñar a merecer la tierra. 
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La inteligencia es una enfermedad ya erradicada.
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El hombre, en verdad, solo es, como quería Aristóteles, un “animal político” porque necesita defenderse socialmente de los otros animales llamados hombres.
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Cuando dejan de amarnos, de repente cumplimos muchos años, por la misma razón que, cuando amamos, el corazón se llena de juvenilidad.
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El celoso se odia porque cree que nadie lo ama y, por lo tanto, no puede amarse a sí mismo, puesto que el odio de los demás contradice la posibilidad de la autoestima.
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Si el amor transforma para bien a aquel que ama, los celos transforman para mal a quien los padece.
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Los celos no son una consecuencia -y menos una “prueba”- de amor: constituyen la identidad de algunos seres, su inestabilidad profunda.
***
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sábado, 28 de diciembre de 2013

Inocentes culpables

A. Part: En memoria de B. Britten

- Dime un silogismo exáctico!
- Dios y Dios son cuatro!
- El empirismo demuestra que ese silogismo carece de logicismo y abusa del solipsismo!
- El hombre procede del mono; Dios creó al hombre; luego Dios es El Gran Mono!
- Demasiado ripioso!
- Escribir es la prueba de que vivir no basta!
- Excesivamente anónimo!
- Somos inocentes!
- Eso decís todos los culpables!
- La vida es una enfermedad que solo se cura con la muerte!
- Entonces: la vida es la única enfermedad de la que nadie quiere curarse!
- Por eso: somos inocentes de que Alguien nos considere culpables y nos castigue a morir!
- Y además se nos empuja a amar al Verdugo, como si sufriéramos cualquier síndrome de Estocolmo! 
- La vida es como el proyecto del Arcipreste de Hita o Fernando de Rojas: Alguien nos invita a ver sus gozos, los adorna y ensalza, y luego el Verdugo nos quita la posibilidad de disfrutarlos!
- Es que la vida es literatura!
- Pero una literatura tan viva que duele más que un mal libro!
- Eso es difícil, eso es difícil...! 

viernes, 27 de diciembre de 2013

Opus 125


Beethoven / Furtwaengler: Adagio de La Novena (G. histórica)

[Opus 125]

Mil ochocientos veinticuatro. Un hombre
asediado por la melancolía
ha vencido el suicidio y se redime
construyendo pirámides de música.
Brilla en sus ojos, como un desafío,
la soledad inmensa del artista
ante la muchedumbre. Hay en su mente
una constelación de héroes y dioses,
de arte absoluto, redentor y nuevo.
Ausculta las estrellas y condensa
el universo en una partitura.
No puede oír el ruido de los hombres,
mas sí su corazón, y lo disuelve
en el más clamoroso pentagrama
que escucharán los siglos: el dolor
de un alma solitaria transfigura
la soledad en solidaridad,
exhuma la alegría primigenia
y convierte en un himno la elegía
del vivir cotidiano y metafísico.
Rueda el caudal sinfónico y la voz
anega el alma, la retuerce y triza.
Pocas veces la voluntad ha alzado
desde el infierno el arte hasta los cielos.
La catarata de agua melodiosa
fecunda la conciencia universal.
Y desde el pentagrama manuscrito
fluye incesante una cosmo-agonía
que se convierte en fraternalidad.
La música es la única palabra
que expresa lo inefable.
  
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jueves, 26 de diciembre de 2013

El Músico


Coro de 10.000 voces
            
 Del autor, no del lector (La Novena)

         Grandes directores de orquesta ha habido y hay en la actualidad. Tal vez deba considerarse a Mendelsohn, primer reivindicador de Bach, el primero de ellos. Otros muchos compositores esgrimieron la batuta, no siempre con fortuna, porque el ardor de la composición no es el mismo que el de la interpretación. Schumann, Lizst, Wagner, Malher, Strawinski, Boulez, por ejemplo. Uno de estos directores actuales es Eliot Gardiner, quien, al frente de la Orquesta Revolucionaria y Romántica, propone interpretaciones heterodoxas y ha hecho una revisión de buena parte de Beethoven. Pero los experimentalismos, que sirven, ante todo, para ahuyentar el academicismo y recordarle a la tradición su verdadero sentido, no siempre tienen más fruto que el ya dicho.
          Acabo de escuchar “La Novena” ejecutada -en el doble significado de la palabra- por Gardiner y su Orquesta. Parece que la empresa discográfica hubiese impuesto un minutaje para la grabación; y el director ha escogido un “tempo” tan rápido como el de los aurigas de “Ben-Hur”. O tal vez ha querido darle a la Sinfonía el aspecto agresivo del rostro de Beethoven. Lo cierto es que ha deteriorado en buena medida la soberbia fragilidad con que la partitura se acerca a los prados del cielo, porque los éxtasis son fugaces, no veloces. A veces estremece (pero, ¿cuándo no estremece el mejor Beethoven?), como cuando las cuerdas arremeten contra el barítono (demasiado “belcantista”) en su primera intervención (el popular “Himno a la alegría”), produciendo una sensación casi de impulso yazzístico. 
Furtwaengler
          Me recuerda este “experimento” de metrónomo histérico, por contra, la lección que el gran Furwaengler dio hace 60 años proponiendo una lectura casi en continuo “rubato”, más lenta de lo acostumbrado, desgranando cada nota sin que la diafanidad individual de cada instrumento mermase la trabazón del conjunto orquestal. El público aplaudió entonces durante media hora y es hoy una grabación histórica ejemplar. En esencia, Furwangler prefirió el “piu moderato” al “molto agitato” de Gardiner. (Compruebo si la ostentosa cabalgada sonora es capricho o método de este director y constato en la “Séptima”, conocida como la “apoteosis de la danza” por su ritmo, que no hay caballos, sino bisontes en estampida; en cambio, el adagio “fúnebre” de la “Heroica” lo convierte en una fanfarria patética). Las versiones de Toscanini, Klemperer, Masur o Bhöem, por ejemplo, buscan el  equilibrio entre esos extremos. No me gustan otras -como la de Karajan- demasiado “correctas”, lastradas por las trampas de los estudios de grabación. En cualquier caso, no hay quien desmonte la poderosa arquitectura de esta sinfonía, que junto a la “Tetralogía” wagneriana o tantas obras de Bach, elevan la música a su más alto esplendor.
Klemperer
          En el arte de la dirección y la interpretación musicales es donde podemos encontrar encarnada verdaderamente la realidad del “lector cómplice”, del receptor que acaba definiendo la creación propuesta por el autor –y respetándola. No es fácil saber cómo se interpretaban exactamente las obras antes de la aparición de los primeros registros. Hay directores, como Harnoncour o Marriner, que intentan acercarse a aquel sonido y manera utilizando instrumentos originales de la época. Pero, sin proponérselo, tal vez el mismo Beethoven -siempre el autor sabe más de sí mismo, incluso si se equivoca, que cualquier otro lector- aconsejó cómo quería que se oyese su inmensa partitura: el día de su estreno (7-V-1824), la orquesta acabó mientras él, sordo solamente de orejas para afuera, seguía agitando sus brazos, marcaba el compás, continuaba dirigiendo; hubo de ser el otro director -colocado detrás de él y al que, en verdad, seguían los instrumentistas- y la contralto quienes le indicaran que atendiese al público, que ya llevaba varios minutos aplaudiendo (*). 
Wagner: Transcripción al piano 
No estaban permitidos en aquel tiempo más de cuatro vítores, que eran los que se ofrecían a la familia real en sus apariciones. No obstante, ante la consternación de los funcionarios y la policía, fueron cinco salvas de aplausos las que no pudo oír aquel gigante. Sin duda, en la mente de su creador, “La Novena” continuaba sonando y haciendo tañer lentamente el armonioso rumor de las estrellas.
Las nueve sinfonías
              De particular interés me parece resaltar que Beethoven le dio la vuelta al significado del poema de Schiller (acabo de caer en la cuenta, hojeándolo), con lo que la alegría, lejos de ser un regalo de los dioses, se convierte en una conquista de los hombres a través de la solidaridad. Y eso, en un hombre religioso como era nuestro gran escrutador de las armonías del universo, es todo un ejemplo de independencia y modernidad. De su grandeza y popularidad, a pesar de su carácter bronco, dan idea las más de veinte mil personas que asistieron a sus funerales y las palabras del poeta Grillparzer ese día: Cuantos vengan detrás de él tendrán que empezar de nuevo, porque ha llevado la música a los mismos límites del arte.
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(*) La inclusión de voces no había despertado más que malos augurios. Pero su éxito hizo que otros muchos continuaran esa fusión sinfónica de voz y orquesta -principalmente, Malher-, y que incluso Schoenberg agregase la voz a su segundo cuarteto. 

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El vals

Berlioz: Sinfonía Fantástica

Pavana para una infanta difunta

Rachmaninov

Pinos de Roma

Variaciones sobre un tema caballeresco