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miércoles, 22 de enero de 2014

II.- Ana Belén Rodríguez de la Robla: HETERODOXIA Y AGONÍA EN EL POETA ANTONIO GRACIA (II)

CONFERENCIA: UN DESTRÓZATE MÁS UNA HEREJÍA»
HETERODOXIA Y AGONÍA EN EL POETA ANTONIO GRACIA (II)

II. El ansia o el infierno
La estatura del ansia es la estatura herética -incluso heroica- del endemoniado que, no obstante, sufre y lucha: heterodoxia y agonía. El ansia del rebelde de no darse por vencido.
    La herejía del ángelantonio-des-graciado, arrojado del paraíso de la vida al infierno de las letras. La expiación de los dogmas inconcusos que eran benefactores del pasado. Antonio Gracia dice: «Por educación, respiré la atmósfera cristiana; por inconformista y vitalista, me repugnaba esa tenaza. Muchos de mis escritos son rompimientos de esas cárceles, chirridos de los fantasmas que siempre quedan en los castillos de la infancia» (2)
        Otra manera de expresar el rechazo de la moral judeocristiana del camello y la muerte de Dios a silabazos. Sin embargo, en esta lucha de índole nietzscheana, la aparición del superhombre se frustra, no cuaja: ¿tal vez porque tampoco la muerte de Dios llega a consumarse por completo? En su «Biografía» poética, Antonio Gracia admite la dureza de esta consciente agonía:

[…] Dije: «Dios,
que tal vez no existes, rompe
mi vida que engendró tu contingencia,
dame llanto para lavar mis ojos ciegos
a fuerza de mirar por dónde vienes,
derrámate en la lluvia, cae, bautiza
de fe mi corazón sediento».
Fue entonces cuando un dardo de tinieblas
me hirió, cegó mis ojos para siempre.



   La escatología como particular manifestación de irreverencia religiosa es uno de los métodos estéticos y antiéticos preferidos por Antonio Gracia, método que adquiere plena voz en La estatura del ansia, pero que también conoce una digna prolongación en Palimpsesto. Quizá uno de los poemas más representativos de este aspecto sea «Antonio Gracia en los infiernos», evocador, como puede suponerse con facilidad, de un descensus averni más célebre pero seguramente menos lacerante. En este caso, la catábasis la protagoniza un «precursor» sui generis, un cristo-poeta (no perdamos de vista esta identificación, que Gracia reiterará compulsiva y heréticamente) un tanto endeble, ni siquiera resurrecto, desprestigiado por sus dudas y su carne terrenal. Como en el más complejo cuadro del Barroco, seres espeluznantes de iconografía completamente pervertida van superpoblando la escena poética hasta perfilar con su horror vacui un auténtico y desolador Apocalipsis bajo tierra. En la retina obstinada del Mesías fracasado se dibuja la imposibilidad kafkiana de matar al padre-dios que, seminal y despóticamente, ejerce con su vida la blasfemia:

Al tercer día no resucité.
De pronto me sentí como un naufragio,
y entre las olas mi ceguera incierta
miraba crisantemos en el fuego,
un túnel sin tiniebla, estrellas rotas
y a Dios besando un labio de Satán.
Había una mujer de fuego amando,
ángeles trepanados, santos rubios,
muertos que resucito en mi memoria,
vírgenes antropófagas y oscuras,
cruces desordenadas y una lluvia
como una sensación de amor profundo.
En las cenizas del volcán eterno
se levantaba triste y melancólico
un pecado con forma de varón.
Después volví a subir como un ahogado
al mástil de la vida, y no recuerdo
más que una obstinación en la mirada
y la eyaculación de Dios sobre la Virgen.



       Esta demoledora -desfascinante, diría Cioran- imagen de Dios se define un poco más en «Sharon Tate no pudo amarme». Aquí el poeta no sólo tutea al divino genitor, sino que además confina su poder al dominio de los muertos, transgrediendo con ello la construcción tradicional de Dios como dador de vida. Heterodoxia tanto o más osada que las anteriores. Y todo ello en virtud de un mito que sólo lo es en la memoria, en la fugaz estrella del deseo. Aunque al final todo es un grito de protesta, inútil sublevación de un soberbio ángel caído:

…un cardenal me dice la vida viene luego,
quiero creerlo quiero que esté loco quisiera
emancipar de Dios todo lo vivo,
permitirle reinar sobre la muerte,
tal para cual oh Dios qué bien me expreso…

   Esta irritación mal contenida contra Dios y lo que convencionalmente representa es probablemente uno de los temas esenciales en La estatura del ansia, plasmado en la forma de una contumaz y agria desmitologización. El ansia de ser hombre y no por ello dejar de ser libre... Más tarde, la lucha contra Dios va a matizarse, a transformarse en un enfrentamiento de creación a creación (la palabra contra la vida o viceversa), entre la fe ciega y balsámica y la intelectualidad inquieta y con frecuencia descorazonadora, inaprensible.
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