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sábado, 2 de agosto de 2014

Lejos de toda furia, 4

Rachmaninov / Echávarri: Preludio

Los gozos y dolores del vivir los siente el hombre por causas genéticas y convivenciales. Hoy la enfermedad física es paliable con la tecnología; pero los virus síquicos son más impermeables a la curación. El ADN mental lo vamos generando en unos pocos años, y sin embargo tiene tanta potencia como el tejido por la naturaleza a lo largo de millones de milenios. Y no parece erradicable el cáncer social más que dejando morir los miembros ya corruptos, solo para eliminar el lastre de la materia muerta, no para sanar el dinosaurio de la existencia, que continúa reptando a ciegas hacia no se sabe dónde.

Se ha instalado entre nosotros la irresponsabilidad, ese libertinaje que convierte en delincuente impune a todo aquel que antepone sus derechos a sus deberes y arrasa con todo porque las leyes ya no son hijas de la justicia, sino de los intereses sociales.

Ya lo he dicho: ¿No representa Buda el paso de la inocencia a la conciencia, el conocimiento del malestar del mundo? ¿Y acaso la filosofía, y las modernas sicologías y sociologías (desde Marx y Freud) no son simples ungüentos contra el dolor y hacia la panacea universal? 

Pero las teorías quedan siempre tan lejanas de sus prácticas como los paraísos de los infiernos en que se convierten. ¿Es este mundo reflejo de un edén o de un infierno? He aquí lo que, sin ser preguntado, siente y contesta Quevedo:
Mi corazón es reino del espanto.

¿No sería más acertado poder escribir un día no lejano mi corazón es reino del sosiego?

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