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miércoles, 15 de octubre de 2014

Richard Strauss: Salomé


Siempre me ha parecido que cantar melifluamente mientras se muere de una estocada, de tuberculosis o de amor no es solo poco creíble, sino ridículo. Por eso huyo de las óperas belcantistas aunque, como fragmentarias que son, contengan fragmentos muy hermosos. De modo que solamente Monteverdi, Purcell... y sobre todo las que, a partir de Wagner se rigen por el "canto hablado" y el leitmotiv unificativo, me parecen admisibles. De entre estas, pocas tan densas y circulares como Salomé, de Richard Strauss (de quien ya traje aquí sus Variaciones sobre un tema caballeresco).

          El amor enloquecido del Tristán e Isolda wagneriano se vuelve aquí vampirismo creíble. No solo la música, prodigiosa en su tensión, sino la trágica  y lírica palabra de Oscar Wilde que sirve de soporte, atenazan al oyente y al espectador. Incluso el ballet o la "música incidental", que lastra tantas obras, es aquí imprescindible: la danza de los siete velos no es un descanso en la acción; es el impulso definitivo, el último filtro erótico, furioso y lúbrico con el que Salomé seduce a su padre para que le entregue la vida del bautista. Así lo escenifica María Ewin: 


        Y he aquí a Teresa Stratas y Böhm escenificando y dirigiendo la versión en la que la música suena más plena y sensual: 




Por último, la obra completa en dos versiones, una de ellas con el texto en castellano:



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