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domingo, 15 de febrero de 2015

Vacunas contra la muerte


Llevas toda una vida buscándole razón a la palabra y al silencio, haciendo de la férrea voluntad y el pensamiento responsable las únicas armas con las que defenderte en las pequeñas y grandes batallas cotidianas y metafísicas... Topas con dioses, sansatanases, iglesias, políticos, vecinos, televisiones, depredadores del arte, poetisos y poetastras...
                 Y viene un simple virus gripal a derribarte una semana, convirtiendo tu sangre en un volcán, descerrajándote la garganta y el pecho, anulándote la facultad de pensar con nitidez, hundiéndote, en fin, en una derrota que ni el Bálsamo de Fierabrás de Don Quijote podría cataplasmar para empeorarte.

            No hay enemigo menor, en realidad: porque los rigores de la muerte no sé cómo serán; pero estos, pasados como un preso en su isla napoleónica, y sin apenas víveres, solo son sufribles porque se sabe que no son mortales. De donde se deduce que no hay mal que por bien no venga: que si temiéramos la muerte solo como a un mal común, nuestra vida sería un poco más dichosa -o menos fúnebre-.