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martes, 31 de marzo de 2015

Después del holocausto

Algunas grandes obras

Si hubiera de salvar algunas obras porque se avecinara una catástrofe universal que acabase con el ser humano, no salvaría aquellas que suponen un hito artístico, sino las que potencian el conocimiento del hombre y ensalzan la bondad, generosidad y auto-supervivencia del ser humano: porque esos son los rasgos que las hicieron posibles y los que podrían hacer de este mundo renacido una estancia mejor.

Por decir, apresuradamente, unas pocas: Los hermanos Karamazov, Don Quijote, La montaña mágica, Robinson Crusoe, Hamlet, el Canzoniere. Casi todas las demás son, simplemente, literaturas: afluentes hacia la verdad. 
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Una enseñanza deshumanizada

Educación 

lunes, 30 de marzo de 2015

El abrazo quimérico

Larionov / R. Korsakov: Sherezade (La princesa y el príncipe)

- No sé si te amo más que ayer o menos que mañana.
- Quiéreme hoy como me querías ayer y me querrás igualmente mañana.
- Y viviremos juntos.
- Pero sin trabajo, sin... ¿Qué vamos a comer?
- Por lo pronto, nos comeremos mutuamente. 
- Hoy un beso...
- Mañana la boca...
- Al día siguiente una pechuguita... 
- ...Un choricito...
- ... ¿Y dónde viviremos?
- Allí donde nos lleve nuestro amor.
- Tú vives en mi corazón.
- Entonces tú vivirás en el mío.

domingo, 29 de marzo de 2015

Los mágicos instantes

Respighi / Karajan: Pinos de la Vía Apia

El espíritu no es sino otra materia -intangible- que únicamente adquiere forma cuando la palabra -el pincel, el pentagrama- muestra la probable apariencia de su inefabilidad. Difícil tarea la de tallar una imagen de aquello que solo los ojos de la mente consiguen, a veces, vislumbrar. Y más difícil cuando lo que se pretende es exteriorizar -para sí mismo o para los otros- el proceso introspectivo que traspasa los límites de lo efímero e indaga en las cavernas del intimismo absoluto. En esa oscuridad surgen destellos que convierten la noche en un fulgor que apresa a quien contempla la mágica visión de lo buscado. Se hace entonces la luz en la mirada y brota el cosmos oculto que anhelábamos.
           Y he aquí que es la frágil palabra la que nos dicta el sentir del universo, ajeno o propio, como si, de repente, nos persiguiera un enjambre de estrellas transparentes y todo fuera diáfano. Lo que significa que escribir es tejer un corazón iluminado; y leer, abrazarse a su pálpito esplendente.
            Esa transfiguración de lo invisible en visible es lo que siento al conversar con la visión que se me aparece para abandonarme: dejándome a las puertas de un infierno celeste.
          Tal vez este poema confirme cómo la magia del Enigma se asoma a la conciencia:

            Revelación


Tal vez porque los pájaros cantaban
y reían las fuentes, y los álamos
abrazaban el aire de la tarde,
o quizá porque el dulce firmamento
derramó sus estrellas sobre mí,
sentí mi corazón estremecerse
y extasiarse mi carne.
Extendía la noche sus dominios
sobre el ocaso, floreciendo aromas
como ofrendas del día, y en el aire
se aquietaba una brisa melodiosa
igual que un madrigal dormido, preso
en el acorde de un latido cósmico.
Ya el árbol no era un árbol, sino médula
de mi espíritu alzado en el paisaje.
Sentí en mi pecho las doradas hojas
quebrarse como leves corazones
marchitos del otoño.
Las nubes descargaban en mi alma
su lluvia torrencial.
Todo confluyó en mí: fuentes, estrellas,
montañas, pergaminos, claridades,
biografías para la eternidad.
Todo era hermoso y mío, como un lento
fluir desde la aurora hasta el crepúsculo.
Y en medio de la luz sentí, de pronto,
el dulce y silencioso escalofrío
de la revelación.


viernes, 27 de marzo de 2015

Tentativa infinita

Brahms: Primera Sinfonía

Todo autor es un viaje hacia el hallazgo de una obra señera a través de tentativas que pocas veces son logros.
Incluso los poetas más excelsos son autores de unos pocos poemas dignos de una selección universal. 
Por eso las obras completas constituyen más una manera de encubrir sus virtudes que de mostrarlas.


jueves, 26 de marzo de 2015

Rodin: No dejarás de dudar

Rodin
R. Strauss: Zaratustra (Transcripción órgano)

     Quien no duda no busca la verdad. 
     Es cómodo instalarse en una creencia y edificar sobre ella nuestra vida. Pero si no estamos alertas a los cambios del paisaje humano nos estancaremos en un dogmatismo intolerante castrador de toda evolución.
     Porque siempre habrá una mente más sabia e inteligente que la nuestra que rebatirá nuestros argumentos. De manera que creer que lo que creemos es incuestionable solo significa que somos contumaces.
     Es preciso aceptar no solo que todo es relativo y que cultivamos la verdad que nos interesa, sino que hay verdades sincrónicas o coyunturales y verdades diacrónicas. Estas implican la aceptación de que las otras son solamente válidas para un momento o una época. 
     Tal escepticismo conduce a un sentimiento agónico de la vida, puesto que todos necesitamos un punto de apoyo desde el que partir. Sin embargo, quien supera esa agonía como la mayor de las indefensiones de la condición humana puede honrar sus pensamientos y sus obras, ya que no admite la infalibilidad y certifica la voluntad de acertar. Significa que huye de los dogmatismos fanáticos, como digo, causa de toda intolerancia y violencia.
     Reconocer que nos equivocamos no es culparnos, sino superarnos: porque vivir es aprender a vivir mejor.
     Toda verdad es una perspectiva de la mente que la propia mente invalidará desde otra perspectiva.
      Solo busca la verdad quien duda de todas ellas. Quien no duda no busca la verdad.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Non Nobis Solum

R. Strauss: Metamorfosis

Te despiertas con un sabor amargo entre los labios del alma: ayer no fue un día esplendoroso, sino atormentado. No pasó nada terrible, pero sí llegó el eco, como todos los días, del "Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé..." del penurioso César Vallejo. Y suena el becqueriano "Hoy como ayer, mañana como hoy, y siempre igual...".
     Y qué hacer hoy, ante semejante perspectiva, sino volver a recibir el oleaje de la melancolía, del sinsentido de levantarte para hacerte preguntas sin respuesta que derriban tu afán de luchar para sobrevivir. Qué hacer, si no puedes salvarte, si no puedes salvar el mundo del desbocamiento hacia el abismo. Qué hacer sin tener una razón para seguir viviendo. 
     Miras hacia todos los lados de la vida y de la muerte; y de pronto lo ves con claridad, aunque por un instante: sí puedes hacer algo para salvar el mundo: concentra en un anhelo todo cuanto deseas para la humanidad y haz algo por una sola persona, sonríele, dale la esperanza que tú no tienes, muéstrate ante ella como si la tuvieras, dale la mano, conviértela en tu obra buena, en tu razón para seguir viviendo... Al final esa sonrisa solidariamente fingida acabará transformándote a ti, será tuya realmente, le dará un sentido a tu existencia porque has apostado por la esperanza en vez de cultivar la desesperación.
     ¿No es eso lo que predica Voltaire, al final del Cándido, cuando habla de cultivar el jardín propio? ¿No quería decir que el polen de las flores va de un jardín a otro y perfuma el mundo? ¿No hacía lo mismo Unamuno en su nivola sobre el bueno de don Manuel?
     Vuelve a mirar el mundo: eso es lo que hicieron Buda, Confucio, Jesucristo... Aunque el menestoroso y apiadado Cervantes crease a  Don Quijote para demostrar que el mundo no tiene solución. 



martes, 24 de marzo de 2015

Pruebas de imprenta.


Strawinski: Apolo y las musas

Ordenar un libro de poemas es semejante a planificar una exposición de cuadros que no estén ahorcados en la pared como simples cadáveres expuestos, sino que guarden un orden de sucesividad o progresión temática...
     No es fácil vertebrar un conjunto de poemas. Un libro debe ser la efigie de su autor, la expresión de un mundo propio, la victoria de la razón sobre la pasión, el triunfo de la reescritura sobre el desbocamiento verbal.
     Claro está que, al final, lo que queda, lo que se recuerda o se salva, con suerte y con esfuerzo, es un poema, o dos. 
     En esa batalla ando yo estos días: corrigiendo las pruebas de un libro que reúne los poemas sobre obras plásticas que han ido apareciendo en este blog. Preguntándome por las erratas que finalmente quedarán, a pesar de toda revisión, y que no veré porque nunca leo lo ya publicado. Preguntándome si todo el libro no es una gran errata que bien pudiera evitarse no dándolo a la imprenta. Preguntándome si merece la pena añadir un libro más al inmenso catálogo del mundo literario. 


lunes, 23 de marzo de 2015

Girodet: Una elegía áurea

Girodet: Entierro de Atalá

Una elegía áurea


Como aquel que en la noche melodiosa 

espera blandamente la mañana
para ver,  con el alba más temprana,
nacer la pura y encendida rosa,

aspira luego su fragancia hermosa,
alza a su alrededor la barbacana
de un castillo invencible, y se proclama
eterno amante de tan frágil diosa,

así mi corazón nació a tu amor

y te cuidó y pulió amorosamente,
gozando de la dicha de quererte.

Pero trajo el ocaso su dolor

inexorable: e inexorablemente
también a ti te marchitó la muerte.

domingo, 22 de marzo de 2015

Suicidas


Querida Marisa: 
Que haya o no otras vidas poco tiene que ver con decidirse a vivir o evitar esta existencia. Solo puedo responderte que
     1) No todos los nacidos sienten que la vida es un paraíso, sino que algunos la perciben como un infierno del que solo se escapan por el burladero de la muerte. Y, puesto que nacemos sin que nos pidan permiso para gozar de la existencia, nadie puede negárnoslo cuando el vivir se convierte en una tortura. Quiero decir que el suicidio es, para algunos, una eutanasia, y esta un derecho de la dignidad. 
     2) Lo mismo que a veces es preciso amputar un brazo para salvar la vida, en ocasiones resulta imprescindible amputar la propia vida para curar el dolor de la existencia. Cosas que podrían argumentar y defender -con el testimonio de sus vidas y sus muertes- Alfonsina Storni, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath y tantos malheridos -Larra, Van Gogh, Hemingway...- por la condición mortal de la existencia, frente a la cual todos sufrimos una insufrible indefensión. Y no todos encuentran una razón vital, como Beethoven, para sobreponerse al suicidio. Incluso dícese que el mismo Freud eligió la inyección suicida -o eutanásica- para poner fin a sus días. ¿Y quién no se asombró de que Karel Svoboda, compositor de las músicas de Pinocho y la Abeja Maya, se suicidara? 
     3) El hombre no es las cosas que consigue, sino aquellas con las que sueña. Y a veces el incumplimiento de los sueños o la presencia de la enfermedad nos hacen soñar con la nada. Elegir esta no es un arrebato ni una irresponsabilidad, sino una consecuencia sicológica: un día muere un trozo de nosotros; otro día deja de latir otro fragmento de nuestro ser; poco a poco, arrinconados en nuestro laberinto, nuestro mundo deja de regirse por las leyes sicológicas de los demás; al fin, cargados y extenuados con el fardo de nuestro cadáver síquico, decidimos abandonarlo junto a nuestro cuerpo, que era lo único que fingía existir. 
     4) Como quiera que sea, parece preferible que el reloj biológico lo determine la propia voluntad y no la ajena, sea esta divina o humana, piadosa o justiciera. Por eso creo que el suicidio es la única pena de muerte aceptable: porque, más que una pena de muerte, resulta ser una muerte que mata la pena de vivir. Y porque es consecuencia de nuestra libertad, por muy determinada que esta esté por el sufrimiento. Ni la religión, ni la medicina, ni el humanitarismo mal entendido pueden cercenar la voluntad. En ocasiones, para sobrevivir -para extirpar el dolor- hay que matar la voluntad de vivir. Y cuánto dolor se necesita para conseguir que nuestra voluntad venza el instinto de supervivencia.


sábado, 21 de marzo de 2015

José Hernández: Consejos de un padre


Escuchar

Apollinaire: Yo te adoro, mi Lou

Bertolt Brecht: El analfabeto político

Juan Gelman: Poemas

José Hierro: Respuesta

Miguel Hernández: Canción del esposo soldado

Pessoa: Autopsicografía

R. Kipling: Si...

Safo: Igual parece a los eternos dioses...

Miguel Hernández: Elegía

Alfonsina Storni: El último poema

John Keats: A una urna griega

Gabriel y Galán: "Cuando pasa el nazareno..."

Carlos Fenoll: Cristo yacente

Rafael Alberti: dos poemas

Shakespeare: El único dilema

Poemas en sus voces

Cernuda: Donde habite el olvido

Carolina Coronado

Unamuno: Sobre la palabra

V. Aleixandre: Muchacha muerta

ESPRONCEDA: Canción desesperada

Tomás Segovia: Besos

Dámaso Alonso: Insomnio

Calderón de la Barca: Monólogos

Juan de Yepes: Noche oscura del alma

Ernesto Sábato: Sobre héroes y tumbas

Huidobro: Altazor, II

Gerardo Diego: Romance del Duero

Neruda: Poema XX

Fray Luis: Vida retirada

Antonio Machado: A un olmo viejo

César Vallejo: Masa

J. A. Goytisolo: Palabras para Julia

Ernesto Cardenal: Oración por Marilyn Monroe 

Poemas en sus voces

viernes, 20 de marzo de 2015

Conócete leyendo.

Bach, Gould: Golberg

En el antiguo templo de Delfos figuraba la célebre inscripción “Conócete a ti mismo”, máxima que podemos considerar causa del bienestar o malestar del hombre según sea, o no, cumplida. Difícil es conocerse. Pero basta abrir el libro adecuado para reconocernos y evitar cuanto nos perjudica mientras acrecentamos lo que nos beneficia. Porque un libro es una radiografía íntima o social en la que, quitado lo circunstancial, podemos identificarnos en lo esencial.
Quien crea que la lectura es innecesaria, lea la ficción de Bradbury “Farenheit 451” y conocerá dónde quedan los derechos del hombre si desaparecen los libros. Por el contrario, el poder seductor de la palabra se hace evidente en “Cyrano de Bergerac”, de Rostand. Quien se mantenga íntegro acuda a “Soy leyenda”, de Matheson, para comprender por qué el mundo llama anormalidad a su integridad. Aquel que desee contagiarse de una percepción vitalista de la existencia acójase a los “Ensayos” de Emerson. La feminista malcasada hará bien en analizar la heroica -y egoísta- decisión final de “Casa de Muñecas”, de Ibsen, y compararla con la crisis de “La señorita Julia”, de Strindberg, y con el altruismo sentimental de “Jane Eyre”, de C. Bronte. La maltratada observará su horror reflejado en “Almacén de antigüedades”, de Dickens (especialmente, en el capítulo IV). Póngase a prueba el creyente adentrándose en la “Vida de Jesús”, de Renán. Mucho aprenderemos sobre nuestros idealismos sociales, y sus derrumbamientos, con “La madre”, de Gorki, y “1984”, de Orwell, así como con su popular “Rebelión en la granja”. Controle sus celos el celoso advertido por el “Otelo” de Shakespeare y por el protagonista de “El túnel”, de Sábato...
No solo sirven los libros -y las otras artes- para conocernos, sino que nos previenen sobre las personas que se parecen a sus personajes, para esquivarlas o ayudarlas. Miremos la caricatura del avaro en el mismo título de Moliére, su rostro en la “Eugenia Grandet” de Balzac, y su castigo en “El mercader de Venecia” chespiriano. Observe sus miserias el ludópata en “El jugador”, de Dostoieski. El trepador social de guante blanco delata sus sutilezas en “Bel Ami”, de Maupassant, o “Rojo y negro”, de Stendhal. Para reconocer al político bastará mirar el cuadro de Chirico “El político melancólico”. Quien considere que la violencia es un remedio, vea los respectivos cuadros de Rousseau y Chagall titulados “La guerra”, y repase el Guernica, de Picasso. Pero el que quiera poner música a la paz, tanto en su corazón como en el mundo, sosiegue su espíritu escuchando, por ejemplo, las “Canciones sin palabras”, de Mendelsohn, o la “Música callada” de Mompou.
            Hay tantas páginas, partituras y lienzos como matices de cuantas emociones puedan concebirse; porque no en vano somos herederos de una humanidad generosa, preocupada por sí misma y por sus descendientes. La humanidad ha sido autodidacta; pero ha sabido dejar un maestro para cada hombre. ¿Y quién rechazaría la herencia más fructífera?
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