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martes, 19 de mayo de 2015

Bozales para todos

Liszt: La invasión de los hunos
Prokofiev: La invasión de los escitas

En la Antigüedad clásica eran los ancianos quienes gobernaban porque habían acumulado durante su vida conocimientos, experiencia, templanza: el aprendizaje de la sabiduría.
     Igualmente, la mayoría de las grandes obras filosóficas, sociales y científicas -incluso artísticas- del hombre han sido creadas por este cuando estaba en su lozana y sensata madurez: la obra de Platón, Marx, Freud, Galileo, Newton, Darwin, Leonardo, Bach, Beethoven, Cervantes, Goethe, Dostoieswki...
     Quizá por eso decía Ortega que "la juventud es la única que tiene derecho a equivocarse". Tal vez; de lo que estoy seguro es de que todos tenemos el deber de acertar, y por lo tanto de no actuar hasta haber aprendido a hacerlo. Y lo que se debe aprender no es a tener ideas políticas -siempre hijas de los intereses de partido-, sino ideas filosóficas, comprendedoras del mundo y solidarias con él.
     Las últimas generaciones dicen ser hijas de los indignados ante el problema social. Sin embargo, la indignación es una fuerza bruta, un violento empujón, no una idea controlada y practicable. Más me parecen descendientes de la movida madrileña que promovió la buena intención de Tierno Galván y que tanta euforia festera, trivialidad e irresponsabilidad ha dado a la sociedad, buena parte de ella convertida en Pepi, Luci, Bom... y otros chicos del montón. 
     Así, entre experimentados políticos de la corrupción y sabios estrategas de la inexperiencia, asoma una vez más en las fronteras de la democracia la dictadura emocional de las promesas, la invasión de los sátrapas de turno, apropiados del paraíso prometido, ricos en decir lo que se espera oír y pobres en demostrar que pueden practicar sus evangelios. 
     Pero el pueblo quiere creer en lo que sueña; y basta con que se lo prometan para olvidar que sufrirá el mismo desencanto que sufrió con otros mesías de otras ideologías. 
     Naturalmente: todos los partidos políticos quieren mejorar la sociedad: pero nada valen las buenas intenciones si no se acompañan de salvadoras acciones. Y los políticos, gente samaritana consigo misma, van mereciendo que nadie los vote para que las urnas vacías les griten que si no cumplen se quedan sin el salario que les paga el ciudadano.