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domingo, 23 de agosto de 2015

El abrazo insondable

 Grieg: Amanecer


Nómada iba de un asunto a otro, de un amorío a otro: como si no pintase nada en la vida y quisiera pintar mucho en algún sitio y en algún hombre. No tenía en cuenta que quien mucho abarca poco aprieta, ni de que para lo esencial la calidad también exige cantidad. Era nómada, como su nombre, no sedentaria: y la prisa de su transhumancia le impedía residir en corazón alguno, o que algún corazón la alojase en sus entrañas. Bien estaba así, si era eso lo que quería.
     Anfortas era solo sedentario de sí mismo: un corredor de fondo de su propia aventura sicológica; lo cual lo convertía realmente en un paria de todos los lugares, puesto que de todos se autoexiliaba en busca de su secreta identidad, esa que pocos consiguen por el alto precio que conlleva desligarse del mundo y no seguir sus convencionalismos.  
     Sin embargo, ley natural de la criatura humana es vivir en compañía, y así acaban incluso quienes pasan muchas décadas de su vida errantes, solitarios, inconclusos.
     Probablemente, si se encontraran Nómada y Anfortas no se reconocerían como hermanos de la misma soledad, puesto que sus devaneos físicos y síquicos les hacían creer que eran autosuficientes. Y una pregunta quedaría en el aire: ¿De verdad la autosuficiencia es una victoria del individualismo o una derrota de la solidaridad?