Visitas

Seguidores

jueves, 10 de septiembre de 2015

Para una vida que murió al nacer



Si no fuera porque el instinto de supervivencia nos ha injertado la facultad de olvidar todo aquello que nos duele recordar, no podríamos vivir un minuto de sosiego. 
     Así, la muerte de tanto niño hambriento, de tanto ciudadano del mundo echado de su tierra por la intolerancia y la pobreza, tanta catástrofe cotidiana en los terceros mundos, todo aquello que nos sacude momentáneamente, pasa al baúl de los recuerdos sepultados como cadáveres rebeldes al olvido.
     Y continuamos nuestras vidas porque, como nuestras, son lo más importante que nos ocurre, lo único que, en verdad, decidimos que existe.
     Pero una pregunta queda siempre en el aire: ¿de verdad tenemos derecho a olvidar impunemente, a seguir sin hacer algo, al menos para callar nuestro corazón culpable y satisfecho de autoperdonarse?