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sábado, 21 de noviembre de 2015

El gran depredador.


Britten: War Requiem


Mucha indignación justificada despiertan los crímenes terroristas. Sin embargo, no pueden prevenirse.
     ¿Por qué no suscitan igual indignación las masacres por hambre que el primer mundo, sin ánimo consciente, lleva a cabo en los tercermundismos? Esos sí pueden prevenirse. Pero pocos se inmutan.
     ¿Dónde hay más maldad? ¿O es dejadez? ¿O esa dejadez no es también maldad "justificable"? 
     ¡Qué agresión a los ojos!: Un padre se aferra muertamente a su pequeño hijo muerto entre sus brazos: un estallido ha destrozado su cabeza, y destroza el corazón de quien lo mira. ¿Y no nos destroza la conciencia el estallido del hambre universal y cotidiana en el estómago infantil? ¿No es una muerte más lenta, feroz y consentida? ¿No es nuestra negligencia más mortal que las balas? ¿No engrosa la desidia, o el "Dios proveerá”, más fieramente el cementerio de la impunidad? ¿Existe coartada suficiente que proclame nuestras inocencias? ¿No te basta, querido lector, con descalificarme por "socialmente incorrecto" para eludir tu responsabilidad? ¿No es la hora de aunarnos contra el terror, sin disensiones? Lo es: pero ¿cuándo contra el terrorismo de nuestras conciencias insensibles? 
     Bien está que el médico se insensibilice ante el sufrimiento del paciente porque si no no podría salvar su vida. Nosotros nos insensibilizamos ante esas muertes porque, de lo contrario, seríamos nosotros quienes no podríamos vivir bienestarmente.
     Qué astuto es el inconsciente cuando se trata de justificar nuestras culpas.
     ¡Qué gran depredador, el ser humano!