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martes, 3 de noviembre de 2015

La conquista del saber, 19


                              XIX

Todos los libros son rostros


Para acabar, regreso hacia el principio:
si saber es hallar identidad
en este mundo sin identidades,
quien quema libros quema las conciencias
que pueden renovar lo establecido.
He aquí otros verdugos del saber:
Platón llegó a quemar cuantos escritos
contradecían sus proposiciones;
Shih Huang-ti acabó con la lectura
haciendo arder los libros de su imperio;
condenó Diocleciano al fuego todos
los libros de la inerme cristiandad;
los cristianos quemaron tres millones
de libros en sus muy Santas Cruzada;
los nazis arrancaron de la Historia
las páginas que no les convenían;
el saqueo de las grandes bibliotecas
de Alejandría y Sarajevo han sido
el gran memoricidio universal;
y  si conjeturamos el mañana,
en Farenheit, de Bradbury, los libros
son quemados y sólo la memoria
de algunos hombres salva su usufructo,
convertidos en libros, como había
anotado Gracián ya mucho antes.
¿Por qué este universal miedo al saber?
No parece difícil la respuesta:
los libros nos enseñan a pensar,
a cuestionar el mundo y sus doctrinas;
y pensar es un acto subversivo
contra la maquinaria del poder,
que empuja siempre a la docilidad
y prohíbe, por ello, todo cuanto
invita a liberar el pensamiento.
Pues pensar es dudar de las verdades
para encontrar una verdad mayor.
Por otra parte, surge otra pregunta:
¿Por qué los constructores del futuro
y quienes buscan la verdad sin límites
afrontan las torturas y la muerte
llevados por su amor a la lectura,
si conlleva fatal persecución?
Tampoco la respuesta es complicada:
Queremos ser felices, por lo cual
debemos aprender a convivir
con nosotros y nuestros semejantes,
lo que exige saber, reflexionar
para elegir lo bueno para todos
y encontrar un edén sin servidumbres:
porque el error, en una democracia,
también lo legitima el ciudadano;
y, si no acierta, el pueblo se convierte
en la más execrable dictadura.
¿Y cómo puede derrocarse a un pueblo
cuyo criterio es la contumacia?
Sin un orden social no hay equilibrio
emocional, sosiego, vida plena.
No hay ciencia o pensamiento innecesarios
para la íntima paz y convivencia.
Por el contrario: quien no sabe tiene
asegurados todos los naufragios.
¿No es, pues, causa causal el buen saber,
es decir: una buena educación?
¿No nos debemos al conocimiento?