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domingo, 22 de noviembre de 2015

Lecturas imprescindibles, 5: Robinson


Rameau: Las Indias galantes (pinturas de David)


En mi aventura adolescente, sitiado en la isla de la soledad inevitable, y acechado por todos los peligros, abrí de pronto un libro en el que un ser humano se sobrepone a todas las fierezas de la vida: solo, pero consigo mismo.          
     Si yo hubiese de salvar un solo libro, o hubiera de llevarme nada más que uno a una isla desierta, escogería el que ahora nombro, a pesar de que hay otros, afortunadamente, tan excelsos, que nos enseñan a vivir -aunque no, como el que digo, a sobrevivir-. También es el que enviaría a otro planeta como referencia de lo que esencialmente es el ser humano: superación. 
         Es sorprendente la cantidad de veces que lo citan los grandes nombres de la Literatura, del Arte y de la Historia. Me refiero a Robinson Crusoe: buena parte de cuantos lo han leído lo hicieron en su adolescencia, en versiones simplificadas que lo han desprestigiado y desprovisto de sus cualidades: porque los publicistas, olvidando que Daniel Defoe lo escribió con la experiencia de su madurez, creen que se vende mejor como un cuento de piratas. Pero la odisea del náufrago -inspirada en hechos históricos- es más interior que exterior, más introspectiva que aventurera: una puesta en práctica del "Conócete a ti mismo" del pórtico griego. (De ahí que pueda -y deba, tal vez- leerse prescindiendo de sus capítulos prefaciales y epilogales; es decir: los que parecen añadidos a esa aventura interior para fortalecer su entidad de novela convencional, explicativa de cómo el héroe llega a la isla y sale de ella).
     No existe en la literatura universal otro personaje capaz de sobreponerse a las adversidades como Robinson Crusoe. Probablemente, ningún otro puede enseñar tanto al hombre actual, preso y debilitado como está por las cosas que lo cosifican. Tras su catástrofe, parte de cero y se convierte en el admirable ejemplo de lo que un hombre puede llegar a hacer con determinación, solo, en circunstancias extremas, conviviendo con sus propios temores, llenándolos de esperanzas y de actos, creciéndose cada día ante los infortunios, sin ayuda, sin milagros, sin ciencia ficción, con la única fuerza de su fe en sí mismo.  
       El naufragio de Robinson es el emblema del aislamiento del hombre en el mundo en que vive (tanto que acaba por regresar a su isla, tal vez huyendo de la misantropía que la sociedad genera). Lo que importa de él es su incapacidad para rendirse ante las desdichas: la afirmación de que el destino es la voluntad.