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miércoles, 18 de mayo de 2016

Lecciones de periodismo



Mozart: Adagio para armónica


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¿Qué es un periodista sino un trabajador de la noticia en un mundo en el que la información se ha convertido en la mayor riqueza? ¿Y qué necesita un periodista sino esa información y la necesaria honestidad para transmitirla?
     Los asiduos del cine y de la prensa tienen la oportunidad de deleitarse -y aprender de su deleite- con una serie de películas fácilmente asequibles que muestran ese edificio humano complejo y esforzado. Donde creo que no deberían faltar algunas de ellas es en las escuelas de periodismo, como no les faltaron a mis jóvenes alumnos durante años. Algunos son periodistas hoy, y quiero pensar que por el provecho que sacaron de las muchas horas que les dedicamos. 
     Servidores públicos de la democracia son los periodistas. El obstinado Spencer Tracy dice en “La llama sagrada” (G. Cukor, 1942): “En nuestra profesión tenemos una ambición aparentemente absurda: nos gusta decir la verdad, que es la única fuente de libertad. Hay que mantener esta llama informando y manteniéndonos informados para que no nos encadenen el cerebro y la lengua”.
     Muchos filmes han tratado la noticia y su retransmisión, desde distintas ópticas y pretendiendo desentrañar sus entresijos: la inmediatez, el esfuerzo, el sacrificio, el coraje preciso para mantener la libertad de prensa, la distancia que hay entre el suceso y su exposición al público; la dificultad para conocer la verdad; cómo esta se aleja de los hechos hasta el punto de resultar indescifrable; cómo, en ocasiones, termina siendo creada por el poder al sustituirla por una virtualidad que no se corresponde con lo ocurrido, sino con su interpretación interesada. De qué manera, en fin, verdad y realidad son solo perspectivas. 
     El futuro periodista aprenderá la honestidad, y su precio, en “El cuarto poder” (R. Brooks, 1952) y “Más dura será la caída” (M. Robson, 1956), en las que Humphrey Bogart es el honesto redactor y cronista que utiliza el poder de la prensa para desenmascarar el mal, a pesar de las intrigas y amenazas de este. Algo que Robert Redford y Dustin Hoffman consiguen en “Todos los hombres del presidente” (A. J. Pakula, 1976), y que denuncian, ahora mediante la prensa audiovisual, Jane Fonda y Michael Douglas en “El síndrome de china” (J. Bridges, 1978). 
     Asimismo, aprenderá a huir de los poderes económicos y políticos observando en “Juan Nadie” (F. Capra, 1941), a través de Gary Cooper y Barbara Stanwyck, el delictivo triunfo del sensacionalismo, capaz de aupar a un vagabundo hasta las antesalas de la Casa Blanca; y con el “El gran carnaval” (B. Wilder, 1951) deseará no ser el Kird Douglas ansioso de notoriedad que prefiere sacrificar una vida, prolongando su sufrimiento, con tal de enaltecer la propia.  
     Ejemplar, por su falta de pretensiones, me parece “Yo creo en ti” (H. Hathaway, 1948), en la que un desencantado James Stewart considera culpable -porque lo condenó el sistema judicial en el que cree- al preso que se le asigna como noticia, hasta que la investigación de los hechos le lleva a reflexionar que la ejecución de las leyes puede manipular la justicia.   
     Pocas obras transcriben la integridad y desintegración de un hombre y su periódico como “Ciudadano Kane” (1941), en la que Orson Welles y Joseph Cotten protagonizan el ascenso y caída en la búsqueda de la verdad y la esencia de la comunicación, así como la inexpugnable identidad humana, que es tanto como decir de la existencia, del mundo y de la auténtica realidad, siempre hecha de perspectivas  y, por lo mismo, fragmentaria siempre. 
     Y como todo puede ser analizado desde una mirada amable, asistirá a las venturas y desventuras del periodismo divirtiéndose con “Luna Lueva” (H. Haws, 1940) y “Primera plana” (B. Wilder, 1974), en las que Cary Grant y Rossalind Russel, y Jack Lemmon y Walter Mathau, airean entre sátiras y chistes las bondades y maldades del oficio.
     Otros títulos insisten en lo anterior o lo matizan; y el lector los tendrá en cuenta si le importa conocer que la noticia solo se parece a la verdad en cuanto que quiere serlo: “El político” (Rossen, 1949), “Un rostro en la muchedumbre” (Kazan, 1957), “Chantaje en Broadway” (Mackendrick, 1957), “El fuego y la palabra” (Brooks, 1960), Network (Lumet, 1976), “El informe Pelícano” (Pakula, 1993)...
     El periodismo es la ventana por la que miramos y conocemos el mundo. Y en él ocurren cosas que debemos saber, cosas que se nos hacen saber para distraernos de las que importan y cosas que nunca sabremos a menos que preguntemos insistentemente. Guardián de esa verdad debe ser el periodismo. De modo que asomémonos a la prensa en sus diversas manifestaciones -a varias, y de distinto signo-; porque, en el caso de que nos mientan, incluso de la confrontación de las mentiras puede deducirse una verdad.