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viernes, 1 de julio de 2016

El abrazo al rencor

R. Strauss: Zaratustra




"Te he herido profundamente, dices, y necesitas sanar tus heridas. De nada valen mis continuas disculpas porque mis palabras fueron el fragor de una conversación convertida en disputa. No puedes perdonarme. 
     No te preguntas si merecías oír lo que te dije; solo tienes en cuenta que lo dije: y no puedes perdonarlo.
     He insistido, con sensata paciencia, diciendo solamente lo que sé que quieres escuchar y no lo que no quieres saber, y persistes igualmente en que tu herida es grande y aún no está curada. Y que no puedes perdonarme.
    Es tan inmensurable tu desgracia que cualquiera puede imaginar tu corazón, hendido por unas palabras, como un gran lago de sangre derramándose por todos los senderos del planeta, tras haber sido maltratado por látigos y furias: y qué penita pena tan penosa daría tan espantosa herida, si en verdad existiera.
     Pero pienso que no es tu amor, sino tu amor propio -y no tu corazón, sino tu vanidad- el que está herido. Y, claro, no puedes perdonarme, lo cual convierte tu dolor en rencor, que suele poner ante los ojos algunas dioptrías de venganza: pero sigues sin mirarte al verdadero espejo y soñando con otro espejo mágico que te diga las mentiras que tú crees verdades. Sin embargo, quien se siente herido por lo que oye no llora porque se lo digan sino porque, en el fondo, sabe que se lo está diciendo a sí mismo; el otro solamente es un eco, el mensajero al que hay que matar para que con él muera la noticia.
    Y termino: si no eres capaz de perdonar unas palabras puntuales, frente a tantos actos sinceros, ni ver la desproporción egoísta entre la causa y el efecto de tu comportamiento, no mereces que te amen ni sabrás nunca amar".