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sábado, 16 de julio de 2016

El íntimo enemigo

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Terror enmascarado


Grieg: En la gruta del rey de la montaña

    Cuando yo era niño me perseguía el miedo; después, durante muchos años, me alcanzó muchas veces. En verdad, todavía no me he librado de él. Al principio sufría inocentemente; luego he padecido muchos miedos irracionales a pesar de combatirlos con razones. 
     ¿Qué hacer en casos semejantes, cuando los fantasmas de la mente nos acosan? Tal vez no podamos evitar el estremecimiento de la alarma, el pavor ante el peligro, por ser algo instintivo. Pero sí podemos suavizar su manifestación, mitigar el sufrimiento: en vez de huir inútilmente -hablo de lo que conozco; corríjame el especialista-, ¿no es mejor dejar que el miedo nos recorra, desarmar su agresividad, soportar su calambre sin oponer resistencia, hasta que se agote en sí mismo y se consuma como un verdugo que carece de víctima? Cuando veamos que solo es lluvia lo que creíamos tormenta empezaremos a no temerla y a no sufrirla. No obstaculicemos las reacciones naturales incontrolables. Quien teme no atiende a las causas de su temor: escucha el galope de su corazón: y hará bien en dejarlo trotar hasta que se sosiegue. El ciervo que huye del depredador quema su pánico mientras corre, y sus toxinas dolorosas desaparecen espontáneamente, como llegaron, porque no tiene conciencia reflexiva y no convierte en huracán el viento. El ser humano, sin embargo, soberbio dominador de tempestades, quiere vencer la invencibilidad de la Naturaleza y se dice que debe enfrentarse al monstruo interior, en lugar de permitir que pase como un flujo extinguible, aunque obstinado: y, olvidando la prudencia, termina vencido porque la temeridad solo es la forma más valiente de esconder la cobardía.
         Quien teme tener miedo y se empeña en prevenirlo sin fuerzas está profetizando y anticipando el cumplimiento de su temor: siempre estará retándose y sucumbiendo ante su reto.

Munch: Paisaje