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sábado, 2 de julio de 2016

Queridos internautas:



Siempre he huido del mundo bullicioso, de la muchedumbre, de "la gente". Me parecía que sus componentes dejaban de ser individuos, personas. Tal vez sea así.
Pero hoy (quizá porque ya no tengo un pelo de tonto -ni de listo-) veo que esa desconocida muchedumbre tiene un corazón inmensurable para lo que yo jamás he sabido sentir ni comprender: las pequeñas cosas, la cotidianidad, la prosa de los días, la frivolidad redentora del existencialismo. 
Cientos de mensajes desde Facebook y a mi correo electrónico, desde tantos países, han felicitado a este desconocido que yo soy y que apenas entra en Facebook ni, menos, participa.
Y todo porque cumplo unos años que mi indiferencia en la configuración faceburguesa ha dado por válidos: cuando era adolescente escribí un prepoema que decía así " ...cuando cumplí ciento cincuenta años / (yo contaba por meses / -quería ser Matusalén-)". Así era: quería ser inmortal y me engañaba con esa nomenclatura.
Gracias a los pocos conocidos y a los muchos desconocidos: a cuantos se han dirigido a mí: quiero pensar que también porque algo útil encuentren en las diarias entradas de este blog, ya va para cinco años. 
Para todos ellos, este poema:


La plenitud


Por las mañanas, miro el horizonte
nebuloso. Ya el sol
no amanece como antes.
Con sigilosos pasos, una sombra 
brillante se me acerca, y es la muerte
que viene a recordarme que mi vida
se despide de mí y me deja solo
frente al umbral.
Me digo entonces que las noches son 
presagios y recuerdos
de esa región dormida a la que llego
dolorido y cansado.
Cuántos, antes que yo, miraron tristes
la bruma luminosa
y observaron su horror o su esperanza.
El viento aún guarda aullidos 
y plegarias inútiles.
Yo me siento a la orilla de la tarde, 
cercano a alguna fuente,
y procuro callar y sonreír
como si fuera a hablar, por fin, conmigo.