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miércoles, 3 de agosto de 2016

Límites de la autocrítica


Massenet: Meditación


Dícese que la Suma Teológica de Tomás de Aquino contiene más de dos millones de palabras; en cambio, un soneto de Petrarca o de Lope no alcanza las 100. Telemann, el más prolífico de los compositores, compuso unas 3.000 obras, lo que supone cientos de horas de música; sin embargo, la obra completa de Anton Webern no llega a las cuatro horas. Cervantes utiliza más de 13.000 palabras diferentes en su obra, y Shakespeare unas 15.000. Borges, en cambio, solía predicar que bastan unas pocas palabras para construir una gran obra (claro que él no es analista de caracteres, sino creador de fábulas e iconos).
En definitiva: un mundo creado con muchos o pocos átomos. Pero lo que importa no es el volumen, sino la densidad, lo perdurable. Y ¿cuántas obras del ser humano tienen la suficiente densidad como para hacer que sobren todas las demás? Difícil es añadir una a las ya existentes. ¿Cómo atreverse, entonces, a publicar un solo verso sin considerarlo un delito, ya que nuestras odas y elegías son nada más que euforias o lamentos, repeticiones de otras odas y lamentos, si, además, tenemos en cuenta que mientras nos leen y descubren nuestro desmerecimiento apartamos al lector de las verdaderas grandes obras?