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miércoles, 28 de septiembre de 2016

Lecturas imprescindibles, 32: Detectivismo silogístico



Mahler: Adagio de la S. IV

"Nací cuando necesité pensar para combatir la muerte", escribí al frente de mi primer cuentecillo publicado -pura filfa, aunque fuese premiado por filfantes-.
    Y eso es lo que había estado haciendo desde muchos años atrás: defenderme racionalmente de las irracionalidades que surcaban mi cabeza como meteoritos empeñados en enloquecerme. Pensar, deducir, mirarme desde fuera para concluir que yo era como todos, no como el pintor que dijera ante su retrato: "soy yo, pero yo volviéndome loco".
     Así que me sedujo el detectivismo silogístico de Poe y, también, el del menos enfermizo Conan Doyle
     Las aventuras de Sherlock Holmes no son tan atractivas por su anecdotismo cuanto por el método de indagación y descubrimiento con el que son resueltas. Poner la inteligencia, antes que la fuerza, al servicio de la justicia; saber que no todas las premisas son válidas y que las conclusiones pueden ser erróneas si no se construye bien el silogismo de la sospecha. Reconocer que, eliminadas todas las imposibilidades, lo que queda es lo cierto, por muy improbable que parezca. Que la realidad es un rompecabezas que solo la lógica puede ordenar.
     Ocurre con muchas obras que alcanzan el estrellato entre las masas: que su propia condición de "familiares" por esa fama las condena a que pocos lean el original y queden como lecturas -en versiones- expurgadas o infantiles. Eso pasa con Don Quijote y Robinson Crusoe -el gran detective de su mismidad-, por ejemplo. Y con Holmes.
     Pocas cosas atraen más al espíritu humano que descifrar misterios. Hacerlo intelectualmente es lo que aprendemos todos los Sherlock íntimos desde Descartes y Augusto Dupin.

     Escuchar el relato Estrella de plata: