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martes, 20 de septiembre de 2016

Lecturas imprescindibles, 31


Bocherini: Minuetto

1.- Todo alumno será mañana un ciudadano. Y, como tal, debe estar preparado, tarea que, en buena medida, concierne al profesor. Es este el que debe enseñar que el mejor equipaje para la existencia es el del conocimiento, algo que espera pacientemente en los libros. Los buenos libros -eso es lo que debe enseñar el profesor- son aquellos en los que siempre ganamos algo, aquellos en los que descansamos mientras aprendemos. Y que estos, para muchos hombres y mujeres que antes fueron alumnos, constituyen uno de los grandes placeres de sus vidas. Quizá porque el libro nos dice lo que nadie sabe decirnos, y cuando nosotros decidimos escucharlo, o porque con él estamos tan sabiamente solos como prudentemente acompañados. Por eso los libros son los seres humanos que más amigos tienen. El libro es la única ciudad a la que nadie puede impedirnos entrar y gozar de su hospitalidad.
2.- Sin embargo, resulta sorprendente constatar cómo la inmensa mayoría del público lector se adentra en libros de escasa identidad y lee historias de poca enjundia. Pocos de entre el gran público -nacido de las aulas- saben que las “Metamorfosis” de Ovidio narra las más hermosas e imaginativas historias de ciencia-ficción -y que conocerlas supone poseer las claves de cuantos mitos importantes sustentan la cultura occidental-; o que el “Decamerón” de Bocaccio y el “Heptamerón” de Margarita de Navarra contienen el erotismo más sugerente y atractivo, sin caer en la disentería pornográfica; o que la “Madame Bovary” de Flaubert es la novela “rosa” mejor escrita de la historia; o que “Crimen y Castigo” de Dostoiewski es la más sabia novela policiaca; que “Enma Zunz”, de Borges, es, entre otras cosas, el más noble ejemplo de crimen perfecto; que Poe ha escrito las más deslumbrantes narraciones extraordinarias; que la novela “1984” de Orwell hace comprender mejor que nadie -y con mayor pavor-, la política ...
3.- ¿Quién no se apasionará con el tema de la eterna juventud leyendo el “Dorian Gray” de Oscar Wilde? ¿Quién no quedará preso entre los celajes de los celos de “El túnel” de Sábato? ¿Quién no conocerá mejor al ser humano al adentrarse en “La sala número seis” de Chejov? Y si el lector se interesa por la sociología no vaya a manuales, donde se entretendrá demasiado y saldrá tal vez desnudo de sapiencia, sino a Balzac o Dickens; y si de sicología, acuda sin dudarlo a Dostoiewski; y si quisiere saber de todo un poco éntrese en “El Quijote” aunque le parezca que su mundo nada tiene que ver con nuestro tiempo. ¿No muestra con claridad “Fahrenheit 451”, de Bradbury, los peligros de la desaparición del libro y, por ello, de la cultura, mientras nos envuelve en su trama? ¿Acaso no hay, como las citadas, otras muchas obras que, una vez leídas, conducen hasta otras similares y convierten al ciudadano en un conocedor del mundo interior, sin el cual no es posible desenvolverse bien en el de su cotidianidad, que es la sociedad actual?