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martes, 27 de septiembre de 2016

No aconsejarás.

Ligety: Lux aeterna

Por muy bienintencionados que sean nuestros consejos, rara vez son seguidos. Solo nos parecen buenos los que nos damos a nosotros mismos, nacidos de nuestras experiencias. Cuando un amigo nos llama la atención, incluso prudentemente, tomamos sus palabras como una descalificación, y decidimos creer que se equivoca: porque aceptar un error es tanto como autodescalificarnos, y preferimos descalificar al amigo, al que empezamos a considerar nuestro enemigo. 
       Se nos olvida que somos el resultado de un aprendizaje de la vida y que nuestra personalidad sería otra si otros hubieran sido nuestros modelos y premisas. De manera que introducir un cambio en nuestro comportamiento no es más que mejorar ese ser que venimos siendo; pero, ebrios de inconsciente contumacia, preferimos la autosuficiencia a la rectificación: y en vez de asumir que rectificar es de sabios defendemos al imprudente que hemos sido.
    El aconsejado no quiere saber que se equivoca, y el aconsejador se equivoca aconsejando a quien no quiere ser aconsejado. Así que el porcentaje mayor del reino de este mundo está formado por mudos y por sordos.
        De donde se deduce que quien quiera convertir a un amigo -o cualquier otra persona- en enemigo no tiene más que decirle lo que cree que debe oír para mejorarse.