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lunes, 5 de diciembre de 2016

Respuestas desde la SEDE, 14: Sobre mi propia escritura


Schumann: Concierto para violoncelo.


- ¿Y de las dos etapas en que suele dividirse tu poesía?

- Ya lo he dicho: escribo para descubrirme. Una vez publicados tras su corrección, no vuelvo a ellos: por extraño que parezca, no he leído ninguno de mis libros tras su edición: sencillamente porque ya no me descubren nada. Por eso cuanto digo carece de la perspectiva casi ajena de quien se lee como si no fuera su autor. 
     Pero en fin: Al principio yo recibía los poemas como telegramas que solo podía borrar de mi mente escribiéndolos, a veces tras semanas y meses de intentar olvidarlos. Fragmentos de identidad es eso: un cajón más o menos ordenado de telegramas síquicos, largos en ocasiones. Después, cuando reanudé la escritura empecé a reescribir, a considerar que el pensamiento debía tallar el sentimiento, sin robarle su emoción. 
     Me di cuenta de que no soy -somos- solo sentimientos, sino lo que hago -hacemos- con ellos al pensarlos. Por eso, tal vez, también dije que "nací cuando necesité pensar para combatir la muerte", y todo lo que conlleva de premonición y sus sinonimias del dolor: obsesiones, lindes con la locura, fobias, todos esos monstruos que el inconsciente va creando a lo largo de la infancia. 
     De modo que debía pulir la estatua que construí de mí mismo: sintiendo y pensando. Más tarde, supongo que llevé mi experiencia de sentidor pensante a la pulimentación del poema, "la gracia que no quiso darme el cielo” (Cervantes), el “dios creado y recreado” (JRJ), aunque a veces también sobra el exceso de raciocinio y hay que decir “no la toques ya más, que así es la rosa” (JRJ), porque “todo lo que es exceso es pernicioso” (Cándido Mª Trigueros).
     Así que los poemas que están recogidos en Fragmentos de identidad responden a ese criterio no buscado de liberación del infierno mediante la traslación de este a la palabra, en busca de un sosiego o un agua con el que apagarlo. Y todo es un desaforamiento. Luego, al borde de encontrarme al otro lado síquico y afásico, pasé unos 15 años en silencio terapéutico. Por suerte, terapia y voluntad miré hacia la luz procurando que no me cegase, y tratando de darle la vuelta a la divisa de la historia de la poesía: "en vez de escribir mi vida emocional escribiré lo que me gustaría que fuese mi vida para que esta copie mi escritura". Los Fragmentos de inmensidad recopilan tal poética, más voluntariosa y salvífica. 
     Cambié el verso "no es morir el deseo de morir?" por el de "¿no es vivir el deseo de vivir?". Deduje que si no tenía razones para vivir tampoco las tenía para morir. Finalmente todo se convirtió en un itinerario vital y lírico en el que se unieron las Devastaciones, sueños y El mausoleo y los pájaros
     Alguna vez anoté que cuando no sintiera la necesidad vital de escribir sería signo de que había encontrado una armonía. Ciertamente, mis últimos títulos han sido escritos con alguna imprecisa premeditación, no compulsivamente, y solo porque algo hay que hacer mientras la vida fluye hacia la muerte. Todo, en realidad, muy simple: esta "tercera etapa", si la hubiere, es el resultado de que ya no me mata diariamente -ma non troppo- la aceptación de mi mortalidad ni de que no soy un Lope de Vega