Visitas

Seguidores

lunes, 30 de enero de 2017

La catedral sumergida

Debussy: La catedral sumergida

Solía pasear yo mi melancolía juvenil por las frías callejas de Salamanca. Al doblar las esquinas me asaltaban fantasmas y laberintos síquicos que me iban persiguiendo como una jauría de mastines. 
     La Casa de la Muerte derramaba sus cirios, la estatua de Fray Luis brindaba por la luz, y hasta el puente romano -donde el toro del doncel Lazarillo mugía como un sauce- no dejaba los duendes muy atrás. Solo tras caminar por la alameda regresaba con algún menor lastre de tragedias y brisas.
     Entonces escalaba la frágil escalera hasta la puerta de la Catedral Vieja: y allí me acurrucaba, adormecido por el oleaje: era mágico aquel arrullo de las olas que venteaban su sonido imposible: y era el mar de mi infancia, el del Mediterráneo y Torrevieja, el que se arracimaba de pronto y me daba consuelo con su eco de sirenas y arrecifes del pretérito. Alguna golondrina le ponía a la tarde su imagen de gaviota: y era como si regresase.
     Allí brotó mi historia con Oniria, la leyenda infinita, el verbo manantial.
     Allí se escucha el mar, solemne, reiterado.