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martes, 21 de febrero de 2017

El Dorado

Dvrak: S. "Nuevo mundo"

Siempre el género humano ha perseguido la reconquista del paraíso perdido, y no solo en sueños: incluso Colón creyó haberlo encontrado cuando avistó el Orinoco, preludio de lo que serían las Américas. Después todo se quedó en la persecución de un simplista El Dorado, símbolo del enriquecimiento. Lo que había sido búsqueda de la pureza y el sosiego se trasladó a la batalla por conseguir el poder que otorga la riqueza. Y la sociedad se convirtió en una hostilidad en la que unos se arrebataban a otros cuanto conseguían potros y hunos.
     Que no todos se han contentado con esa degeneración lo demuestran tres islas en las que el pensamiento ha tratado de redimir su ideal de un mundo solidario: la isla de Utopía, la de Robinson Crusoe, la de Gulliver. Así es: Tomás Moro, Daniel Defoe y Jonathan Swift crearon tres rincones desde los que, regresando a la creación del mundo, trasladar su armonía al mundo de los hombres.
     Porque el confort que produce el enriquecimiento mal asimilado conduce a la frivolidad y falta de autoexigencia, de modo que cualquier sistema social nos basta si satisface nuestra piel. Cualquier promesa política nos calla si grita fuertemente que nos va a hacer más ricos; cualquier arte epidérmico nos place: conocimientos nulos, literatura clínex, música facilona, pintura macarrónica... todo cuanto se asemeja a una feliz estancia en la inopia categorizada como felicidad.
     O bien: esperamos que esa felicidad nos la regale algún buen dios como un deber de la Naturaleza. No pensamos que cuanto más creemos en un Dios resolutor de nuestras necesidades y problemas menos nos esforzamos por resolverlos nosotros y más nos convertimos en débiles e inútiles.