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viernes, 29 de septiembre de 2017

John M Stahl: Que el cielo la juzgue

Gene Tierney

Que el cielo la juzgue:

Un lugar edénico y unos amantes de vida paradisíaca acaban convertidos en parte de un infierno por el demonio de los celos.
Melodrama e intriga.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Aviso de caminantes





Un libro es igualmente bueno o malo con un premio o sin él. Lo malo de los concursos literarios no es perderlos (en el más noble de los casos, al ganador lo elige el azar: porque es probable que perdiese el premio con un jurado de distinto criterio). Lo peor es que te roben: que te roben los versos, los temas, el lirismo, la perspectiva, las imágenes: los jurados suelen estar formados por poetas, y algunos encuentran su mejor inspiración en los originales que examinan. Les pasa como a aquel profesor universitario que pedía como trabajo final el estudio exhaustivo de un soneto del Siglo de Oro. Algunos años después uno de los alumnos se encontró con un libro en el que se analizaban precisamente los sonetos áureos. Después de la sonrisa por la constatación del robo plagiario y la traición, concluyó que aquel sobresaliente inmerecido -porque al alumno le interesaba la poesía pero no las clases- no había sido suficiente regalo.


martes, 26 de septiembre de 2017

La voluntad del Arte



Dedicatoria

Siempre he creído que el mejor legado para la 
     Humanidad es la cultura. Antes de que 
  desaparezca herida por la frivolidad quiero    
dedicar este último libro a tres personitas que 
amo y son el comienzo del futuro
           Irene, Nicolás y Pablo. 
A. Gracia

Bardín

(Huya de aquesto quien carezca de curiosidad y paciencia).



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sábado, 23 de septiembre de 2017

Los cataluños


Pablo Casals interpretando y gritando paz, paz, paz, en la Casa Blanca:
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Face 50


Un país vive como parte de otro mayor y, pasados los desacuerdos históricos, conviven en relativa y recíproca armonía. Sin embargo, el más pequeño es incapaz de olvidar que los héroes de la Ilíada quedaron  en el pasado; y pretende, como un Viriato sin patria, crear una epopeya de la suya en un mundo global en el que el chovinismo es ya un anacronismo -además de evidenciar lo que quiere ocultar: que es una rémora que no existiría sin el pez del que se alimenta porque no se le admite en ningún otro océano-. 
     Tal rémora, que se cree tiburón y quiere engullir el mar, contumaz entre los contumaces, desafía a neptunos y ballenas porque estos, equivocados en su estrategia de cortesía o cobardía política, no lo mandan de un tridentazo o coletazo a las playas carcelarias para que se momifique a pleno sol. Cosa que algunos considerarían cacicada y que no sería más que un acto de Justicia (igual que no hacerlo es una injusticia para el ciudadano responsable). 
     ¿Qué pretende la puigdemónica truchuela sino fundar una perfecta nación, llena de leche y miel como la que Moisés soñaba? Olvida la truchuelilla que, estudiados el Universo y los designios de Dios, "este es el mejor de los mundos posibles", según Leibniz, y que por lo tanto cualquier otro mundo sería igual o peor, cuestión que finiquita la ley de Murphy al formular que "si algo puede empeorar, empeorará". Y esto parece tan cierto que ya Voltaire se rió del puigdemónico moisés y sus congéneres al escribir las peripecias de su "Cándido". 
     Imaginemos a Hitler apropiándose de Polonia y luego exigiendo dialogar de igual a igual con las demás naciones. Lo lógico es liberar Polonia y dialogar con sensatez, no con las armas, que eran, según Napoleón, la única razón esgrimible en un diálogo. Aquí las armas son los ciudadanos lanzados a alterar las calles y el empecinamiento en que las detenciones justas son injustas.
     En resumen: la tal rémora -embarazada tal vez de un Moby Dick suicida- conduce a sus pececillos hacia una corriente marítima que pronto desembocará en un mundo inexistente, con lo que matarifeará su cultura en vez de integrarla en la civilización que viene, y asesinará una lengua que podría seguir viva al menos quince o veinte lustrosos lustros para gloria de la diestra.
     Y el caso es que todo esto ocurre porque hay cojos de manos y mancos de pies que no son capaces de moverse y gobernar como manda la Señora Constitución, Primer Poder de todos los Reinos: encerrando desde el primer momento a quien proclama su intención de delinquir: como se hace con quienes hacen apología del terrorismo para que no lo practiquen: porque es mejor prevenir que curar y porque una cosa es la libertad de expresión y otra ampararse en ella para burlarse impunemente de la ley.

martes, 19 de septiembre de 2017

La mística lujuria (Construcción de un poema)




Schumann / Duprè: C violoncelo.


Dos pulsiones rigen la existencia: eros y tánatos. El instinto de supervivencia nos lleva hacia el coito continuo para que la vida no se extinga. Contrariamente, la muerte elimina inexorablemente a los nacidos, con lo que la lucha entre eros y tánatos se convierte en la violencia más sostenida, e inextinguible, de la Naturaleza.

Por razones de convivencia social, cuando uno entre los muchos animales de La Tierra empezó a gobernarse por la conciencia, se castraron las libertades naturales del sexo y se reglamentaron sus instintos, ya que difícilmente podría el recién nacido ser cuidado por sus padres si estos, mediante el emparejamiento o matrimoniación, no se aseguraban de tal paternidad. La sexualidad cinegética (coitamos porque lo exige nuestro instinto) pasó a ser controlada; y su descontrol, perseguido por la sociedad. 


Sin embargo, igual que la vegetación exuberante es imparable en el Amazonas, el sexo es un río amazónico en la selva social. De manera que los lances amorosos, los extramatrimonialismos y erotismos liberales o libertinos se han ido sucediendo y excomulgando desde el origen de las civilizaciones para detener su erotómano flujo. Lo cual no ha evitado que siempre haya habido un guadiánico río en la vida y, por tanto, en las artes, que han dado fe del vigor y vigencia de tal condición humana y animal.

Ovidio, Petrarca, Sade … con metáforas y otros escondites, o sin ellos, lo han resaltado, como tantos otros, saltándose el tabú en que se había convertido. La castración de la sexualidad produce monstruos, o visiones arcangélicas. Aberraciones y paramisticismos. Porque la energía siempre se transforma en algo tangencial a sí misma si se le impide su espontánea combustión. 

Leamos el siguiente poema.

La fuente en la ceniza

Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
y esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.
La exaltación erótica del poema es evidente. Pertenece al libro Bajo el signo de Eros.

El poema nos presenta dos cuerpos en lujuriosa conversación apasionada. Nada procaz. Tal vez algún lector eche de menos, en estos tiempos de bocazas, la ausencia de un lenguaje abrupto, burdas expresiones, léxico vulgar y tabernario... acordes con el tema de la lascivia tratada por la poesía prostituida y prostituta ¿Es por esteticismo…? Veamos de nuevo el poema:

La fuente en la ceniza

Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
y esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.


El amo, con su yo implícito, repetido anafóricamente 8 veces en sendas oraciones paralelas por él encabezadas, arrastra buena parte del vocabulario hacia ese combate sin violencia bélica que llamamos coito. El rojo carnal de amo asimila o contagia semánticamente buena parte del entorno léxico que le sigue.

 Las expresiones “carnal”, “puma”, “cuerpo ansioso”, “sudor que lubrica”, “erosión de la piel”, “desenfreno”, “arrebato”, “te abres como un libro”, "nuestros sexos"… dibujan la imagen explícita de la fricción de la carne, la devoción por la salacidad, la voraz devoración mutua de la carnalidad… 

Todo el mundo sabe que semántica viene de semen: y ese fluido impregna los cuerpos como un sudor erótico provocado por las incontinentes embestidas lujuriosas del ariete en que se ha convertido amo. De modo que la sensualidad sexual parece ser el único arbotante del poema. Helo aquí, enrojecido en tal acepción:

La fuente en la ceniza

Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
y esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.

Sin embargo, acabado el trasiego lujurioso, lúbrico, libidinoso, lascivo, salaz, rijoso y etcétera, los versos 11 y 12, plenos de lasitud posorgásmica tras el príapo y mesalino esfuerzo, desembocan en un final que también explicita que la estridente cópula que se nos describe es la puerta para otra realidad intangible, sublime e “infinita” a la que conduce el acto sexual. Hay quienes sienten un destello irracional paradisíaco ante el mar, al contemplar el firmamento, al extasiarse ante un dios... y también hay quienes se asoman a esa solemne y oscura claridad cuando la carne reclama toda su materia e identidad, que no es solo carnal (Don Quijote sintiendo a Dulcinea, por ejemplo, Amiel ante sus sublimaciones innominadas…). 


Si nos fijamos ahora, desde esta perspectiva, vemos que muchas palabras abandonan su significado sexual o lo transfieren, o lo enriquecen, con una más alta concupiscencia. El amo no es una mera invasión retórica, sino vislumbre de transfiguración. De la luz carnal hemos obviado su identidad de oxímoron, que sintetiza lo aparente o ancestralmente antitético: cuerpo / espíritu; la materia corpórea y carnal es realmente una luz que hemos pasado por alto y que ilumina otros elementos.  El puma devorador es ahora un saurio esplendente. La luminosidad del piafar de los cuerpos se yergue hacia otra dimensión cósmica, como indican el fulgor robado a las estrellas y la búsqueda infinita. 


De manera que bien puede decirse que el poema no se reduce a ser una exaltación de la carne y sus placeres, sino una invocación y celebración de lo que hay tras ella o en ella. El amo ya no es solo un mecanismo de insistencia, sino también de gradación: desde la pura materia carnal hasta una sensualidad que trasciende la carnalidad, pasando por la sublimación, el paramisticismo (*) y otros matices del caleidoscópico ente -invisible, inefable y otro largo etcétera- que hemos dado en llamar -aunque los nombres pocas veces nombran, definen e identifican- Amor.

Cobra sentido así el dístico del autor: Sobre tu cuerpo escribo con mi cuerpo / el gran poema de la identidad. Y el final de otro poema: Mañana será amor lo que hoy es sexo.

La fuente en la ceniza

Amo el temblor rosado de tu boca
y el crepúsculo azul de tu mirada.
Amo la luz carnal que te ilumina
cuando te arrojas como un puma alegre
sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo.
Amo el sudor de miel que nos lubrica
y la erosión constante de la piel.
Amo tu desenfreno y mi arrebato
cuando, tendida, te abres como un libro
esplendes como un saurio.
Amo tu lasitud y mi abandono
tras el fulgor robado a las estrellas.
Amo la ardiente búsqueda infinita
que late en nuestros sexos.

Como he dicho, este poema pertenece al libro Bajo el signo de Eros; y pudiera decirse que si no es central sí es nuclear del resto de poemas. Una primera parte acoge figuras en el tiempo y en movimiento, como breves cuentecillos tocados por la lujuria, el sarcasmo o el divertimento. Pero el libro deriva en estampas de otras figuras escorzadas y pulidas por una creciente desolación. Tal vez sea tal sucesión y ambiguedad polisémica la que da templanza a la configuración del poema. Desde la mitología a la Historia, el arte o la escritura, se suceden leves sonrisas y graves pesadumbres. Eros y tánatos en una continua y desigual batalla en la que es el autor el que más pierde. En algún momento lo resumí así:

Siempre he sido esclavo de la pluma: necesitaba su confesionalismo para liberarme de mí y abandonarme en el folio. En los últimos tiempos parecía que un gran océano acumulado por la voluntad y los libros escritos apaciguaba mi infierno. Por primera vez no necesitaba escribir. Era dueño de la pluma. Me puse a jugar con ella, con la obtusa intención de esbozar algunas fabulaciones, como un divertimento. Pero me equivoqué: pronto la pluma reclamó su origen y fue olvidando su ludismo y recobrando su entidad de verdugo consolador: se lanzó a trazar un conjunto en el que la tragedia triunfaba sobre cualquier sensualidad.

Bajo el signo de eros y tánatos, pues. Sirva La Celestina para ilustrar ambas pulsiones: en la cita nocturna, Calixto cachea amorosamente a Melibea, quien, aparentemente recatada pero más hija de nuestro tiempo, pregunta, falsamente melindrosa, qué hace su enamorado con tanto estiramiento de sus ropas; y Calixto, bajo el signo de Eros, le dice: “Señora, quien quiere comer el ave primero le quita las plumas”. Finalmente, cuando, muerto Calixto, Melibea no encuentra razón sin él para vivir, se suicida arrojándose desde la torre; y su padre, Pleberio, bajo el signo de tánatos, grita: “¿Para quién fabriqué navíos? (léase futuros)”.

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(*) Parece evidente que cuando Teresa de Jesús describe su éxtasis como un ángel penetrándole el corazón con un dardo de oro no es ese órgano el  tan concupiscentemente penetrado.

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lunes, 18 de septiembre de 2017

Contad si son catorce y está hecho


El arte de la autobiografía

Antonio gracia es autor de La estatura del ansia, 
Palimpsesto (1980), Los ojos de la 
metáfora (1987), Hacia la luz (1998), Libro de los 
anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001),
La epopeya interior (2002), El himno en la elegía 
(2002), Por una elevada senda (2004), Devastaciones, sueños (2005), 
La urdimbre luminosa (2007), 
Hijos de Homero, La condición mortal 
y Siete poemas y dos poemáticas (2010), 
La muerte universal, Bajo el signo de Eros 
(2012) y Lejos de toda furia (2015). 
Su obra poética está recogida selectivamente 
en las recopilaciones Fragmentos de identidad 
(Poesía 1968-1983) (1993), Fragmentos de 
inmensidad (Poesía 1998-2004) (2009) 
y El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, 
sueños (2011). 
Entre otros, ha obtenido el Premio Fernando 
Rielo, el José Hierro "Alegría", el Paul Beckett 
de la Fundación Valparaíso, el Verón Gormaz 
y el Premio de la Crítica de la Comunidad 
Valenciana. 
También los Premios Gabriel Sijé de cuentos y novela corta.
Algunos de los ensayos de este libro —siempre bajo la mirada autorial, poética 
y severa— han aparecido en Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos, Cuadernos 
del Matemático, Canelobre, etc. 
Otros títulos ensayísticos suyos son Pascual 
Pla y Beltrán: vida y obra, Ensayos literarios, Apuntes sobre el amor 
Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo.
Además de articulista, ha dirigido las colecciones "Indicios", "Alimentando Lluvias" 
y "Arca de Relatos".



Antonio Gra