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miércoles, 13 de septiembre de 2017

La catedral sumergida


Bach: Cantata "Jesús, alegría de los hombres" (transcripción piano)

La Iglesia es el partido político actual que aún se rige por la rigidez militarista, y cuyo líder, Dios, no puede ser sustituido por ningunas elecciones. Un Dios que poco tiene que ver con el de los evangelios y que los obispos hacen cada día a imagen y semejanza de sus intereses. 
     Lo más curioso de ese partido es que Dios no puede votar, ni abdicar, ni dirigir a sus militantes, cosa que lo convierte en un ser raptado y moldeado por sus ministros. 
     Ocurre esto porque quienes se llaman a sí mismos cristianos no conocen el manifiesto revolucionario de su líder; no consultan las generosas, fantásticas y utópicas -como las de todos los manifiestos- páginas del evangelio; y por tanto no pueden ver la distancia que hay entre ellas y lo que predican los papas, sus curias y sus séquitos. Estos son los que votan dictatorialmente y convierten su voto en veto para el progreso de la sociedad y del espíritu. 
     Lo que dicen los evangelios es que todos pueden salvarse con la bondad nacida de la comprensión -es decir: con lo que representa Jesucristo-; y lo que dice la Iglesia es que nadie puede salvarse sin la Iglesia -o sea: sin la liturgia de la sumisión-; más grave aún: la Iglesia ya no habla de salvación religiosa o celestial, sino de condenación en esta vida para quien no obedece sus dictados. 
     Si hay alguien en este país que desconoce qué cosa es la democracia, ese alguien se llama Iglesia.