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viernes, 5 de octubre de 2012

100 poemas en un blog (I)


Henze: Tristán
















Ediciones Oniria









Colección
INCUNABLES INTERNÉTICOS
TÍTULO QUINTO

100 poemas en un blog

Varios autores

Voluminario Primero









En esta sección encontrará el lector algunos libros dados a conocer durante los primeros años de la aparición de la imprenta internética (cosa que no garantiza la nobleza de su calidad, como no la tenían muchos de los incunables gutenberguianos). Tal vez valga la pena su edición globerística por el hecho de ser difíciles de hallar en otras bibliotecas. Algunos son tan incunables que permanecen inéditos en cualquier medio que no sea el amanuense, el emailiano o el juglaresco.

No podemos disfrutar todos los libros con los cinco sentidos, pero sí con el sexto, que es el menos común: algunos nacen al margen de los públicos y eso los hace más minoritarios aún, bien por vocación ensimismatoria, bien por amor al arte, bien por misantropía. ¿Y qué editor invertiría en un libro que no fuese, también, un negocio?


La presente impresión es facsimilar del manuscrito de la mente, y consta de tantos ejemplares como el lector tenga a bien decidirse a ojear -siempre en edición princeps-.

Contra lo establecido por la Ley del Dinero, autor y editor conceden el permiso necesario para que el libro pueda ser copiado, convertido en pdf y transferido a cualquier lector electrónico.

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100 poemas en un blog

Volumen Primero

Copyright: Los autores
Incunables Internéticos Editores
ISBN: Mientras mi vida fluye hacia la muerte
Printed en el Universo Globario

Eternidad Primera, S/N


Permitidas todas las reproducciones





100 poemas 
inéditos, algunos escritos para este blog. Eso es lo que tienen en común los aquí recogidos: ser una muestra de lo que se está escribiendo. Si aquí los traigo es porque creo que un blog es la única publicación que puede mostrar lo mejorable o desechable, y servir, por tanto, de borrador, cosa que no ocurre en la edición papirofléxica. Por eso no pretenden suplantar la lectura de otros de renovados méritos. 
En realidad, hay tan escasa escritura digna que sobramos casi todos. Aunque esa verdad solo debe ser un aliciente para limitar nuestras publicaciones.

He aquí 27 de esos poemas
(Para ir a la publicación original, pulsar sobre los autores en el Índice)



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Pablo de la Rosa

El equilibrio de los astros

Luego de muchas vueltas en la cama
tratando en vano de abrazar el sueño;
desempolvando algún recuerdo triste
que me acompaña y me acompañará
hasta que la vejez me desconecte
de mi propio pasado; percibiendo
oscuramente algún dolor difuso
que empieza poco a poco a concretarse;
pensando todo lo que pudo ser
pero no pudo ser; atribuyendo
una admirable biografía a esa
mujer que me he cruzado por la calle;
oteando el futuro mientras doy
media vuelta a mi cuerpo en la parrilla
enojosa del lecho..., finalmente
me levanto aturdido. Todos duermen
en la casa. La noche es aún muy noche,
y yo subo despacio los peldaños
hacia el estudio. Sobre el suelo brilla
un gran charco de luz. Por la combada
claraboya del techo veo la luna
helada del invierno, que me lleva
hasta otro invierno gélido y remoto.
Mi padre entra en el cuarto y ya se inclina
sobre la cama para ver si duermo,
con el esmero de quien sostuviese
el frágil equilibrio de los astros.
Quizás musita una palabra, porque
un vaho se desprende de su boca.
Un momento después, cierra el postigo
por donde entra el claror que me desvela,
antes de retirarse hacia su noche.








1


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Luis Alberto de Cuenca




MATILDE URBACH

Dios que vives y reinas en el cielo,
que manejas el rayo y, a la vez,
la piedad infinita, presta ayuda
a mi amigo, pues desde que se hizo
de noche no lo he visto y ya muy pronto
se hará de día.
                             Buen amigo, álzate
suavemente del lecho, pues la estrella
que anuncia el día asoma por oriente.
Te lo digo cantando, como el pájaro
que va en busca del día por el bosque.
Una y mil veces te lo digo: tengo
miedo de que el celoso te sorprenda.
Desde que te dejé, no ha transcurrido
un solo instante sin que, de rodillas,
haya rogado al Dios de mis mayores
que vuelvas sano y salvo, pues se acerca,
irremediablemente, la mañana.
— No insistas, compañero. Con Matilde
Urbach desfalleciendo entre mis brazos,
no me importan ni Borges, ni Giraut
de Bornelh, ni esas luces implacables
con que se anuncia el alba de mi muerte.
                       
                                Madrid, 31 de julio de 2011









2

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José Luis García Martín



ELOGIO DE LA NADA


El viento llega y lleva lo que siento
en esta claridad de noche cierta
hasta un alto castillo cuya puerta
guarda un dragón que llaman pensamiento.

Quiero entender mi incierto entendimiento,
cerrar la noche que ha quedado abierta
y abrir los ojos a la vida muerta
mientras el viento pasa y paso lento.
Donde toda mi vida está escondida
y cerrada también cualquier herida
y la sombra con sombra se encadena,

todo es de pronto luz y mar abierto,
todo es verdad y amor y nada es cierto.
Pero esa nada azul el alma llena.




















                 

3

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                 Asunción Escribano Hernández

                    UNA LLAMADA ES COMO UN PRESAGIO

Te llamaba línea, y dibujaba tus contornos
en la arena, dejando disolver los límites
precisos en la anchura prodigiosa del abismo.
Curva, y moldeaba en ondas la armonía
de la tarde con su espesor de cauce.
Siembra, y las cosas restallaban
como trigo furioso bajo el viento.
Lluvia, y sentía amanecer la almohada
húmeda de jazmines ebrios y rocío.
Esperanza, y los niños se reían
con las manos abiertas, blancas y espumosas
de los estanques somnolientos en otoño.
Fuego, y en la noche palpitaban los perfiles
de los astros al son del cierzo sobre el río.
Te llamaba cirio y estiraba mi presencia
para rozar tu luz levemente con los dedos.
Te llamaba salmo e invocaba la música
del relámpago en abril y su haz de lumbre.
Te llamaba aire, conteniendo la respiración,
para asumir en una bocanada larga tu presencia.

Recibía tu llamada desde dentro, pero
afuera las cosas te gritaban. Señalaban
tu nombre y tu existencia como fiebres,
como llamaradas, como incendios bruscos.

Y te amaba en otros nombres sin saberlo.









4

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Ángel Guinda


TAL VEZ VOSOTROS SABÉIS


No sé, escucho himnos dentro de las lágrimas.
Tuve una casa con ventanas en el techo:
veía tiburones, cordilleras, trenes volar.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
No sé bien qué es la paz:
llegué tarde a la guerra.
La tempestad está tras la montaña,
sobrellevo el estruendo de su luz.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Tiemblan mis pies
cuando retumba el eco del silencio,
no sé si las palabras tienen sangre.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
No sé por qué se tambalea el vértigo
cuando miro las cúpulas,
pero noto en mi pecho borboteos de petróleo.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Mi país es un rompecabezas,
al más mínimo golpe se desvertebrará:
ya no tendré país.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Desde el avión veía sobre el mar
manadas de elefantes petrificados,
dromedarios tendidos, sombras de cocodrilos:
me dijeron que eran islas griegas.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Huyo, siempre huyo: acaso tras las puertas
que arrancan sus bisagras, sus cerrajas
y, a lomos de las llamas, corren irrefrenables
a traducir los ladridos del mar.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
La poesía debe ser extrema,
estampido de mundos, abrazo de la pólvora,
escardar las tinieblas con antorchas,
trepanación de asombro y ebriedad.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Yo no sé qué preguntan al sol los limoneros.
Ignoro los secretos de las algas y de las medusas.
Tampoco sé si esto es un poema
o una pequeña galería de hormigas.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.






5

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José Luis Gómez Toré



Bajo los árboles


Como quien se ejercita
en otro modo de filtrar la luz,
caminamos así debajo de los árboles.

Renueva este pacto tan frágil,
di comenzar o álamo,
ejerce la piedad que se oculta en los nombres.

Es esta la frontera del verdor,
el tímido oleaje que despierta
cuando sólo podemos soportar
un fragmento de cielo.

Saber que el horizonte es celosía.
Tan derramada luz.

Es difícil vivir a esta altura precisa
tan cerca de la tierra.




6

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 Rafael Fombellida 

NOCTURNO DEL TEMBLOR





Tiemblas conmigo, Noche. ¿También tú?
Me rendiste en tu selva, vaciaste mi lumbre,
besé la negación que me ofrecías,
y ahora siento tu brazo rozarme avergonzado
y tus sienes gotear un zumo muy caliente
que puja por bañar mi verdadero rostro.
¿Te arrepientes, Oscura?
¿Te retraes de mí, te doy acaso sombra?
Mira mis cuencas fijas, su violeta profundo.
La casa está en silencio. Su alegría, agotada,
se acuesta como un niño que ha corrido hacia mí.
No sé cómo pedirte que ahogues ya mi lámpara
en vez de resignar mi suerte y tu propósito.
Gústame el aire, Negra, viniste para eso.
No se achique tu podre levadura.
Muérdeme como a baya de arándano silvestre
y móndame los huesos, desenvuelve lo vivo.
Estoy tendido y tiemblo, azúzate, Gran Perra.
Estoy postrado y tiemblo igual que tiemblas.
No se diga que me has tomado pánico
tú, certidumbre inmunda que me roe y consume.
Debería besarte comisuras y pómulos,
el hueco del alvéolo, tu sedienta quijada.
Debería estrechar tu envergadura seca
y confiarme entero al enamoramiento.
Pero también conmigo dentellas, Homicida,
vibras porque te admira mi impudor.
¿Quién te habrá visto así, desnuda y agitada,
caída en la desgracia de temer mi deseo?





7




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EDUARDO MOGA




[CUANDO ESTOY SOLO…]



Cuando estoy solo,
las cosas se desprenden de su corteza, que cae
sobre las cosas
como una sombra de plomo
o asciende
inseparablemente de su caer.
                Su desnudez es hiriente:
irradia el resplandor oscuro de los lugares deshabitados;
telegrafía la vaciedad
de las manos vacías,
de los pájaros sin aire.
Cuando estoy solo,
las cosas, solas, se engríen,                              
se desquician por ser lo que son,
               enloquecen de límites
                                         / y aporías,
y hurgan en el fondo de los ojos con sus extremidades de humo,
y reparten su muerte como agua
encallecida. No hay en ellas pasadizos
que conduzcan a otras cosas,
ni atalayas desde donde excavar
en el cielo
          o en la muerte
para descubrir qué desemboca en la sangre
o qué la constituye,
para que la destrucción
tenga cuerpo, y no sea el mío,
para que descubra un cadáver, y no sea yo.
Cuando estoy solo, todo es múltiple, pero todo calla
[solo el silencio habla, urgido por el tiempo,
visitado por ruidos en ruinas
y noches de blancura feroz]; todo es uno,
pero todo es arena:
la piedra disiente de sus silicatos
y me obsequia una nada
que ocupa todo el espacio que ocupo,
hasta alcanzar el límite de las uñas
y las murmuraciones,
y que estalla, y continúa estallando,
y se espesa en su estallido, o se adormece en él,
como si fuera una música
                  que fuese también un grito,
y me alcanzan sus esquirlas, que devastan
esta nada entera, recorrida por ojos sin órbitas
y ríos sin estuario y lámparas sin calor;
el semáforo,
             triste, se descalza
y me empuja a una intemperie poblada de semáforos
más tristes todavía, por espectros embriagados
de ser, por transeúntes
cuya tristeza es tan alta
como yo.
         Cuando estoy solo,
los pechos que admiro
están vacíos,
como los ojos que los miran,
                                               y la luna no flota,
sino que se deshace como este papel en el que escribo
que la luna no flota, sino que se deshace
como una escarcha que me sirviera de coraza
y me oprimiese como una flor.
Cuando estoy solo, las sillas no me sostienen,
aunque me siente en las sillas,
aunque bucee en ellas.
                Cuando estoy solo, estoy en mí,
lloro o lluevo en mí, me perpetúo en la carne
y en el desvanecimiento de la carne,
en los símbolos y en su apaciguadora intercesión,
en lo que digo y en lo que me dicen,
aunque lo digan con los labios cerrados,
en lo que veo,
aunque lo vea con los ojos cerrados.
Cuando estoy solo, el tiempo no pasa:
se encharca en una solidez difusa,
en la que no crece la hierba ni desovan los insectos,
en la que los pétalos adquieren una consistencia mortuoria
y la luz, sonámbula, se expande como una lápida
por la tierra desesperada
que piso,
        que soy,
como un cemento doloroso que fraguase con la dureza
                                                          / de un espigón
y, en cambio, se levantara como una ola.
Cuando estoy solo,
                el tiempo
me embalsama en una quietud que quema,
y yo tartamudeo, antes de la que la tarde me cercene la lengua,
y con la lengua cercenada tartamudee más,
y atardezca.








                                              

8

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                              Antonio Moreno

CAMINO DE LA PIEDRA ESCRITA


El que dice saber, ¿qué sabe? Nada.
Ve, sin embargo, y llega hasta el camino
que algunos llaman de la Piedra Escrita.

Hay granados y almendros en sus márgenes,
y un monte perfilado por el oro
cegador de esta tarde en cambio lúcida.

Hay tanta claridad, que absorbe a todo
aquel que va, camina y pasa dentro,
hacia ella, y se lo lleva con su luz.

                                                                               



          


9

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            Pedro J. de la Peña



  NORMAS NOVÍSIMAS

Ejércitos de sombras en la tierra irredenta
vagaban por las calles dolientes de la tarde.
    LORENZO MARTÍN DEL BURGO


La fiel caballería fue invitada,
casi en bloque, al gran baile de la duquesa rusa.

Al repicar del alba, los húsares y ulanos
se armaron confiados para la cruenta lucha.
Coraceros y dragones los envolvieron por sorpresa
en una escaramuza sagaz como la niebla.

Relinchaban los potros, y en la extensa llanura
retumbaba el zumbido de cascos y metralla.

Entrechocaban los aceros, los sables relucían,
y el cornetín, sangrante, llamó a la retirada
cuando murió el alférez portando el necio trapo.

Un montón de gusanos quedó sobre el terreno
de uniformes raídos y empapados de barro.

                            





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Basilio Sánchez 

CON UN LIBRO EN LAS MANOS



Germina una palabra sobre el papel de arroz.

Como el dibujo a lápiz de un arbusto
en un patio de nieve,
como si los silencios de tu casa
golpeasen los muros de la mía.

Cuando tengo delante la mesa de madera
con la pequeña luz desportillada
que ha vivido conmigo.
Cuando no tengo nada, y muy despacio
comienzo a darme cuenta de que aún queda
mucho sitio en los márgenes,
mucha vida aguardando en la penumbra,
en todos los lugares que ahora intuyo
que se han vuelto accesibles.

Porque hay alguien sumido en la nostalgia
de un país interior y porque elijo,
entre todas las puertas,
aquella que se abre a la mirada de un hombre,
la que es un árbol dentro de otro árbol.

Con un libro en las manos.
Aquí, en esta casa en la que sólo se muere
                                                             / de vejez.


                                                 




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           Rafael Escobar Sánchez

NOSTALGIA DE UNA ISLA
              
                                               a Andrés Sánchez Robayna

Nostalgia de una isla, de la primera,
de la más pura,
de cualquiera
donde el sol desnude y ponga a secar sus vocales,
allí hay una gruta con sones de mar secretos,
un orden de enérgica anarquía del viento
y los limones son el brillo de carnalidad
de esa niebla que vuelve dudosa la línea del horizonte
y tiñe los mapas de su fantasmagoría,
isla-palabra, lenguaje de signos de origen que alumbra
y cunde en las cosas el canto gozoso de su nominación,
isla-cuerpo, sexo que sabe los meandros abiertos
                                                   / de mi piel
y me agrede clavándome los bordes de mis límites,
isla-delirio, tierra alta y rotunda de excentricidad
que adivino en el fondo de un cráneo en la arena
y consuela mis días uniformados de fiebre
como la ventana siempre abierta a lo no posible.

                                           





12

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Amalia Bautista

IDA Y VUELTA





Cuando nos dirigimos al amor
todos vamos ardiendo.
Llevamos amapolas en los labios
y una chispa de fuego en la mirada.
Sentimos que la sangre
nos golpea las sienes, las ingles, las muñecas.
Damos y recibimos rosas rojas
y rojo es el espejo de la alcoba en penumbra.

Cuando volvemos del amor, marchitos,
rechazados, culpables
o simplemente absurdos,
regresamos muy pálidos, muy fríos.
Con los ojos en blanco, más canas y la cifra
de leucocitos por las nubes,
somos un esqueleto y su derrota.


Pero seguimos yendo.







13

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                  José Luis Zerón 



Somos el ojo que este planeta eleva al cielo
(Homenaje a Novalis)

Sólo el ojo lleno de cicatrices
reconoce a todos los que fueron.
Sólo la mirada que ha combatido
puede aplacar la salvaje furia
del paisaje que declina.
Sólo una boca no acomodada
es capaz de beber en las llagas del olvido
en el nombre del ocaso de los sueños
y de las huellas que borró la lejanía.

Sólo el grito silencioso contiene
la tensión primordial
que nos une y divide.
Sólo la terca mirada
de quien ha sobrevivido a todas las amenazas
puede recolectar en las ruinas de los huertos.

Sólo el oído atento
entre el viento hostil de las imprecaciones
puede escuchar el clamor de los dioses
y ligarse a la razón de los ojos
para sentir albergue en la lejanía.

Sólo los sentidos advocados al misterioso devenir
recrean las distancias saqueadas
y pueden admirar la claridad de las aves
que vuelan ansiando la última luz.

Sólo los que han aprendido a mirar
saben nombrar el sentido de la vida
y su oleaje de desechos.









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                        Luis Bagué Quílez

HERENCIA

                                         Castillo de Santa Bárbara



Todo lo que ahora ves,
hasta el mismo horizonte
—la humedad relativa de este cielo
asfixiado de smog,
los edificios que ensombrecen
el mar y sus dominios,
el motor de la brisa
y la hélice
voraz de las palmeras—,
será nuestro algún día.

Tendremos que aprender a merecerlo.

                                    






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       Idoia Arbillaga

MANDAMIENTOS DE LA LEY DE MI AMOR



1. Suplicar a los Dioses noches baudelerianas.

2. Brindarles doble sed a los besos negados.

3. Cada noche colgar tacones en la luna.

4. Flotar tu cuerpo-balsa, si la tormenta arrecia.

5. Jurarte cada día lo mucho que te quiero.

6. Escuchar tu mirada y oler tu voz a oscuras.

7. Destruir las paredes, los muros y las tapias.

8. Avanzar compartida, exhausta hasta la muerte.

9. Dar esponjas de mar ebrias de sal al tiempo.

10. Saber que no hay amor sin amor a uno mismo.

                   








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                     Luis T. Bonmatí

                     PRESENTE DE FUTURO

(para A. Gracia)

Como un caballo largo
él ve venir el agua trotando calle a calle
sobre el cegado asfalto
que oscuramente muge bajo el ruido que fluye.

Y de improviso
son las nubes tan grises la mañana sus pasos
por este río de calles
que acarrean un polvo que ahora es lodo
el agua que se carga
de restos de y desechos de memoria
limpiando lo que ensucia manchando lo que limpia:
sin embargo la lluvia aún no ha llegado
                                                                             de dónde
viene el río el caballo
no tardará esa lluvia.

Sobre un caballo de agua
él ve correr la muerte
por sus venas las piernas la ciudad intranquila
la muerte que lo apaga que lo enciende.
La limpieza de la muerte que mancha
y esa luz que oscurece
es la que ahora construye el resto de su vida:
sin embargo su muerte aún no ha llegado
                                                                                de dónde
le viene esta alegría
aquello que no tarda.












17


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Susana Benet - Marzo 2012
ilustraciones de Pascual Ludeña

5 HAIKUS


·           



Saqué del agua
a la avispita muerta,
y estaba viva.






Jardín de otoño.
Se amontonan las hojas
en el silencio.







Rompe la acacia
poco a poco el cemento
con sus raíces.






Cruce de calles.
Con el viento las hojas
vuelan en círculos.







Junto al aroma
del guiso en la cocina,
olor a azahar.






18

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       Santiago Montobbio


LA PIZARRA EN LA QUE NO SE LOGRA ESCRIBIR NADA.

Es la del arte falso. En el arte sólo se puede
escribir con convicción, desde lo más hondo de uno mismo,
pozo profundo donde se remansa el alma y brota su agua.
Las palabras del arte implican y exigen una vida.
Toda la vida de quien escribe ha de estar tras
cada una de ellas, ha de sostenerlas. Sólo así
en la pizarra del arte se escribe y por ello es la pizarra
en la que tantos fabricantes no logran nunca escribir nada.
O escriben, pero parece que la tiza o la tinta se borra,
o que resulta esmirriado, o pequeñito, o simple copia
de una voz que sí era verdadera y allí sí quedó fijada.
En otro tiempo, u otro día. La pizarra del artista
exige su vida. Por ello hay sujetos tercos que se empeñan
en entregarse a ella, pero para su música no han nacido,
no tienen nada propio que decir, manantial distinto
o verdad nueva, y así escriben y escriben y fabrican
pero en la pizarra no queda escrito nada.
La pizarra del arte implica un alma.








19

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Jorge Valdés Díaz-Vélez 

NATURALEZAS VIVAS

 
Duermes. La noche está contigo,
la noche hermosa igual a un cuerpo
abierto a su felicidad.
Tu calidez entre las sábanas
es una flor difusa. Fluyes
hacia un jardín desconocido.
Y, por un instante, pareces
luchar contra el ángel del sueño.
Te nombro en el abrazo y vuelves
la espalda. Tu cabello ignora
que la caricia del relámpago
muda su ondulación. Escucha,
está lloviendo en la tristeza
del mundo y sobre la amargura
del ruiseñor. No abras los ojos.
Hemos tocado el fin del día.


                                                       











20

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Miguel Florián


Mundo inacabado
                                           Senza memoria di morte
                                                     nella carne congiunti
                                                     (Sin memoria de la muerte,
                                                     unidos en la carne)
                                                                                                                 
                                                                           SALVATORE QUASIMODO
I
Igual que un niño estremeciéndose
así tiemblan los árboles,
las lomas cenicientas, los oteros
cubiertos de olivos que se alejan
(los chopos, los naranjos en la orilla del río...).
Tiembla mi corazón cuando acaricio
el ribazo de amapolas ardiendo,
y las pequeñas malvas que se acercan
al temblor de la sangre, hasta la luz
que nace de tus manos.
  Algo oscuro
en tu carne me aproxima a la tierra,
a los meandros perdidos de la muerte,
al mineral cercado por la sombra.
A través del jaral, de los pequeños tréboles,
me llamas a lo incierto,
a la raíz informe del deseo.
(Desde mi carne abierta ahora te nombro.)
II
Las hojas de la morera se mueven levemente,
cuando tu nombre asciende hasta mis labios,
si te nombro, si mastico tus sílabas nacientes
(con su sabor a tierra renacida, a río calcinado).
III
La noche se rompe entre tus muslos, 
se despiertan los antiguos dioses del deseo...
El Endimión de mármol, el alunado,
bajo los hemisferios de tu boca.
IV
Me acompañan las flores, las blancas
margaritas, las amapolas púrpuras..
Eres tú quien esparce las flores a mi paso,
ellas me hablan de ti, deletrean tu nombre,
ese nombre sellado que coincide contigo.
Me hablan de ti en su llaga de luz.
V
Las calles albas, las paredes de adobe, el verdín
en las cercas, en la corteza gris del abedul,
y la noche me muestra su impudicia,
su humedad, su enorme carne desangrada.

Y este mundo sin ti se desmorona.
Un mundo tan inmenso que se extiende
por los cables eléctricos. Los alcores heridos
donde el águila abre su estela circular,
donde el trigo germina, allá donde la carne
se levanta para enunciar las sílabas primeras,
las palabras antiguas sobre la piel del sueño.

VI
Ven, te ruego.
Ven, y dame tu leche
blanca, tu savia sideral, nútreme
como si fueras madre. Hazme nacer
hasta la altura de tu pecho,
muéstrame los senderos que conducen
hasta la inercia horizontal del mar.
VII
Converso con tu savia, aproximo mis manos
a tu desnudo corazón, me nutro de tu sangre.

Se estremece tu corazón, en él coloco
las brasas ardientes de la muerte,
y me adentro para alcanzar el aire de los pájaros.
Como un niño que tiembla igual que el junco,
mi cuerpo se estremece en ti.
VIII
Busco tu luz, el ramo de tu sombra,
tu almendra endurecida, la entraña
inocente del mar, una palabra limpia.
Oh tú, deseo, oscuro dios del sueño.
En ti crezco. En ti me desvanezco.
IX
Si algo hay en mí hondo, secreto, algo
que cerrado fructifica, tú en mí lo sembraste,
en mí depositaste la semilla,
sobre el surco ávido de mis labios,
en el pliegue palpitante de la carne.
Allí enterraste la simiente
para que madure, ya en sazón,
en la estación abierta de la carne,
donde el corazón es una piedra estremecida.
Henchida de dulzor germina en mí
una mujer, pequeña, se extiende entre mis vísceras,
separa dulcemente
los pétalos del sueño en donde habito.
La rama del enebro se dobla hacia la tierra.


                                                       



21

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Ana Belén Rodríguez de la Robla



REBELIÓN

En el principio de todo fue el trueque.
El metal acuñado no existía,
la moneda no guiaba la vida
de los hombres, el precio
y el valor eran una misma cosa.
La Bolsa no caía.
Después todo cambió; corrieron siglos.
El mundo se hizo carne
y no quiso habitar entre nosotros.
Todo cambió. Mejor no recordar,
no saber, no sentir, no amar a nadie.
Ceder. Acomodarse
al tono de la cítara maldita.
Morir. The rest is silence.
Pero un día pasaste por mi puerta
con tus labios sembrados de latines
y unas flores prestadas en la mano.
Habían corrido siglos.
Pensé cómo pagar por esa imagen.
Cómo pagar para no ser culpable
de la dicha: así lo exige el rito
del pecado original, ser extranjero,
la férula del padre bondadoso.
Sin saberlo me hablaste
de delirios numéricos, de aves
que en el cálamo insomne de un vigía
surcaban los oídos de la noche.
Habían corrido siglos.
Me miraste con tus ojos de otoño;
te miré con el pelo retirado
de la frente que quiso ser Bizancio.
La dignidad conoce extrañas sendas.
Un beso de cantero
puede encender la piedra y las estrellas
de la Vía Láctea.
Lengua encendida. Sero te cognovi.
Una mujer leyendo en una cama
es un río, un telar, una tormenta,
una rosa prendida del vacío.
Tal vez pensaste ser su primer hombre
cuando escribías; ella
ser el punto final de aquella historia.
Algo le dijiste, algo te dije.
Algo me dijiste, algo te dijo.
Habían corrido siglos
La ceniza del tiempo que no ha sido
guarda el acre sabor de la victoria.
Con sus lágrimas Dowland recorría
l'ardant amour en flor de Crécquillon:
dulce banda sonora del desastre.
Quién añora el perdido Paraíso.
Un hombre vino a mí desde los mares.
Por todo pago amor entre las manos.
Habían corrido siglos.
La ceniza del tiempo detenido
evoca en su caer la rebelión.






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Pilar Blanco


MESTER ANTIGUO

Como tablillas de leproso que advierten de su paso, hago
            / sonar mis versos.

Que los demás se escondan del gesto carcomido, de la

           / amenaza con que alertan
jirones de otras vidas. El dolor.

Recuerdan la verdad, la eludida, la turbia,
nos imponen su obscena compañía.

Hago música informe con mis versos. Sé que nada se espera de
          / este canto de nadie, harapos y muñones de otros versos,
ecos de enajenada propiedad.

Este despojamiento de la carne que no es, de lo cierto que hiere
acompaña el sonido
con que inserto en el mundo la conciencia del mal.

Que no me calle nadie o no entienda mi lengua;
soy mi propio enemigo que acecha en el espejo.
Que no detenga nadie lo que no va a nacer.



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Eloy Sánchez Rosillo

SI ALGUNA VEZ

Luz apretada, mineral, del mundo,
sólida de tan densa,
por la que como alegre zapador
abro con pico y pala y mucho empeño,
en inmensas jornadas,
túneles deslumbrantes, galerías
de ámbar muy puro, de diamante y sílice,
zanjas interminables
de encendido topacio.
Si alguna vez no me encontráis, si no
pudierais verme en este afán un día,
buscadme bien, buscadme y me hallaréis,
porque no pienso irme,
aunque parezca que me voy marchando.



















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José Antonio Sáez


Cae sobre mí como lluvia suave
y no atiende a razones.
Va y me susurra al oído palabras
encendidas del más vivo lenguaje.
Graba siempre mi nombre
en los troncos de los chopos desnudos,
a la orilla del río,
fundido junto al suyo.
Se desliza en las sombras de la noche,
así como el felino tras su presa,
y se escabulle luego
en los arbustos del jardín cercano.
Me llama y su rugido
se escucha en el pantanal donde silban
los pájaros al alba rosicler.
Habita en soledad y no desea
otra compañía que mi presencia.
Ella es así, y cautiva.

                                                                      



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Álvaro Valverde


EL LECTOR




Es al atardecer cuando ese hombre
abre la puerta y se esconde en el cuarto
donde guarda los libros.
La penumbra es dorada cuando prende la luz,
que toma por sorpresa su interior escondido.
La estantería es baja. Los volúmenes, pocos
y alineados en orden, el mismo que eligió
para su vida. Toma uno
-encuadernado en piel, como recién comprado-
y se sienta a leer.
El sofá -de terciopelo verde, un poco ajado-
está junto a la lámpara encendida.
Quedan atrás las horas en el banco,
la fiel monotonía, los paseos alrededor
del mismo laberinto, esas conversaciones
rutinarias con unos y con otros,
también con los de casa.
Dura el silencio.
Si levantara la persiana
-cerrada a cal y canto- se verían,
debajo, los jardines.
A lo lejos, el Valle y Santa Bárbara.
En medio, el río.
Pero eso le impediría concentrarse
en lo que importa ahora:
la lectura de obras que, por norma,
relee constantemente.
La Ética de Spinoza, por ejemplo.
A veces, no obstante, deja el libro,
toma papel y escribe
con su letra menuda, intraducible,
tanto como esa idea resistente
a ser interpretada con palabras.
Unos discretos golpes en la puerta
le anuncian el final de su retiro.
Es hora de cenar. Apaga, cierra.
La vida espera fuera, la que él lleva,
como cualquier lector, cuando no vive.






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Antonio Gracia

La muerte universal


Yo estaba, no sé cómo, subido a una alta torre
en medio del sereno firmamento.
Miraba las estrellas,
sumido en el fervor de la contemplación,
y mi pluma trataba de entender.
Sembraba de preguntas
la infinita belleza de la noche, 
la estelar telaraña donde el hombre se prende
en la fascinación del Gran Enigma.
Veía los secretos del espacio
y el tiempo, y vi el crisol
de las crepitaciones de la carne.
Contemplé la vorágine inconsútil,
ubicua y sin lugar,
estática y errante,
sobre mi frente erguida. Vi
los dioses encrespados
que se gestaban en la inmensidad
y los que, ya cadáveres, servían
de arcilla misteriosa
para divinidades sucesivas;
vi la frágil infancia
caminando hacia la decrepitud
sin saber por qué nace y por qué muere;
vi mis células
desjarretarse entre palpitaciones,
caer como aerolitos
al osario abisal;
vi las sirenas émulas de soles
nadando en el océano
del firmamento como
dragones encendidos
devoradores de la luz; miré
el aleph donde todo se esclarece
desde su barbacana vislumbrante:
la hecatombe
de la Conflagración Universal
promulgaba su horror: toda existencia
es la semilla de su propia muerte
y toda muerte engendra nueva vida
carente de pasado y de futuro.
De pronto, un estallido sinuoso
conmocionó los astros, me sumió
en una inexorable
caída hacia el abismo
que me alejaba de los dioses y
me enterraba en el vértigo. ¿Qué ocurre?
¿Acaso el universo se disuelve en cenizas?
Mi conciencia me dice que debe haber un orden
en la naturaleza.
Pero sigo cayendo y no aparece
un Dios que ponga bridas al destino.
Antes de mi caída, la belleza
le daba algún consuelo
a la existencia. Pero ante la muerte
nada tiene sentido.
Mirando alrededor, buscando alguna fe
que justifique el hecho de vivir,
encuentro solo ruinas, conciencias desoladas
y la asechanza de la indefensión.
¿Qué debo concluir de esta orfandad sin nombre?
¿Dónde queda el fulgor
de nuestra inteligencia desatada?
La muerte es un cadáver que sueña en nuestro cuerpo
y emerge lentamente,
hasta tomar la forma de esta cripta
que hemos llamado vida.

Existir es estar, ser en el tiempo
el inasible rostro de una efigie
que es la concitación de sus metamorfosis:
somos caducidad, mortalidad:
Todo en el universo combate contra todo
y nada queda al margen del combate.
Las estrellas son fuegos quemando otras estrellas
y todas las criaturas alimentan sus vidas
con la muerte darwínica de las otras criaturas.
Así el lobo degüella al antílope altivo
y el hombre se convierte en lobo contra el hombre.
Así la antimateria devora la materia
y sobrevive el arte que humilla al que lo causa.
Solo existe la vida porque existe la muerte.


Qué inútiles los sueños,
las ansias de escrutar y de escribir
como revelación y profecía
el destino del hombre, confesé;
el perfecto universo es nada más que un átomo
y la infrangible eternidad es solo
un fugitivo instante sin memoria.
Toda conciencia dura apenas nada.
La sustancia del cosmos es fungible,
igual que lo es la carne o el espíritu.

Yo estaba, como digo, mirando las estrellas,
los arriates de estrellas crecidas en la noche,
y mi pluma trataba de entender
la infinita tristeza que depara el vivir.
De repente, lo supe:
también la pluma es otro ser muriente.


Y antes de abandonarme al gran osario,
anoté, persiguiendo algún consuelo:
también
todo dolor desaparecerá.