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martes, 26 de febrero de 2013

El libro de plomo (Libros recibidos, XX)

Ligeti: Requiem (Lux aeterna)

José Aledo y José Luis Zerón
El libro de Plomo
Ediciones Empireuma

La memoria edifica las estatuas: las pergeña, atavía, glorifica, desfigura, destruye, reconstruye... y con ellas a aquellos que fueron estatuados. Finalmente, lo que pudo ser Historia se convierte en nostalgia o descrédito: leyenda.

El libro de plomo es la nostalgia de un paraíso anhelado por unos soñadores que sufrían un infierno tan íntimo que apenas eran conscientes de que vivían en la tierra. 

Como también yo sufro la apoplejía de la desmemoria, tal vez recuerde mal y confunda pasados y recuerdos. Pero tengo la sensación de que El libro de plomo, al retrasar durante años su edición y haberse actualizado, ha dejado de ser un testimonio de lo que sucedió en la década Setenta de Orihuela para ser una antología o enumeración en la que se incluyen más personas y personajes ajenos que protagonistas o transeúntes de aquellos abismos y zahúrdas. 

Esta afirmación puede parecer una invalidación, pero es una virtud que le atribuyo personalmente: porque nada quiero saber de aquel luzbélico sansatanás que era yo -tejedor por entonces de una iconografía del infierno-, ni creo que otros supervivientes se enorgullezcan de aquellos purgatorios infernales. 


Fue un tiempo de dolor; pero este libro es un manuscrito de celebración. Tal vez yo -como se afirma en él-, sin pretenderlo, puse una semilla -del diablo, sin duda- que otros cosecharon o, tal vez, maldijeron. La "Generación de la Preguerra" no fue sino un nombre con el que me reía escépticamente de mi propio combate contra mí, contra la palabra y contra el mundo, y aludía a los pocos que puedo incluir en mi "nosotros" cuando escapaba de mis soledades o autodestrucciones.

Sin embargo, el trabajo de los recolectores e ilustradores -José Aledo, José Luis Zerón- es tan exhaustivo y prolongado en el tiempo que, como digo, no conozco más que a cuatro o cinco "históricos" de aquel maldito instante de poemas, lujurias y extravíos nocturnos y dipsómanos en busca de la luz: Antonio Ferrández, Blanca Andréu, Aledo, Fernando Sánchez, Manuel Susarte... Después se irían sumando otros, acomodados o expulsados del Edén, como Miguel Ruiz. El antes, el durante y el después de una revolución que -como todas las que atacan a los dioses que el hombre mismo crea para retarse a sí mismo a destruirlos- fracasó.  La fusión o confusión emocional -deliberada o no- entre sincronías literarias y afinidades amistosas es lo que convierte el volumen en una antología de autores y no en daguerrotipo fidedigno de unos años: y así lo demuestra el hecho de que no se recogen poemas de aquel tiempo, sino del devenir de los poetas durante tres o cuatro décadas. Más: el único nexo estilístico de sus páginas es el del dibujante, de tal modo que bien puedo afirmar que estamos ante un libro de dibujos ilustrado con poemas.

Una cosa me parece clara: de nada serviría aquel causante o culpable, ni sus circunstancias, que quizá encendieron algún fuego precursor o fundador, ni los nombres propios estampados en sus páginas, sin la labor empireumática, luciérnaga y plástica -partiendo o no de esa "tradición" u origen- de Pepe Aledo, José Luis Zerón, Muñoz Grau, Sesca y otros a quienes, como digo, olvido en este instante o, en su mayoría, desconozco.  


De modo que a cada uno, lo suyo: muchos son los presentes en este documento intrahistórico oriolano; pero el libro es de sus ingenieros: Aledo y Zerón. Y, para ser más exacto, lo diré reiterada y contundentemente, a riesgo de perpetrar errores: es la edición de un criterio plástico ilustrado con textos que le hablaron al ilustrador.