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domingo, 8 de septiembre de 2013

Elogio de la isla

Rameau: Las islas galantes

¿Qué ocurriría si por buscar un "para siempre" se perdiera el "ahora"? Vivir cada instante como si fuera el último -sin la angustia de que lo sea- sería la divisa. ¿Y dónde?

Autoexiliarse a una isla es decidirse a vivir un paraíso y arriesgarse a perder los supuestos bienes del Progreso. Allí el tiempo es un oasis: una compañía; aquí, una fugacidad. 

Cuantos han vivido en semejante isla se han regido por el "carpe diem", desobstinándose por el devenir, el pasado y el después, así como de las circunstancias. Considerando que este mundo es un naufragio, prefiero nadar de vez en cuando hasta algún islote humano en el que se me acoja, y regresar a mi isla interior.

Vivir en sociedad tiene sus beneficios, y estos exigen sacrificios: la pérdida del yo individual, la asunción de la alienación. Pero no es verdad que el individualismo sea sinónimo de egoísmo, ni que convivencia lo sea de solidaridad. La sociedad nunca es buena compañía porque no es "buena persona" -sino muchedumbre-; el hombre -la mujer-, sí. El precio del autoexilio es alto: el grupo te margina y la automarginación acaba doliendo; pero más duele el autodesprecio por haberse vendido a la famamundia. 

Luis de León tenía como lema el horaciano "vivir quiero conmigo, / a solas, sin testigo"; Marinetti prefería un coche de carreras a la Victoria de Samotracia. ¿Qué Robinson Crusoe se desterraría al continente de la multitud en vez de a una isla apacible? ¿Quién no comprometido consigo mismo podrá mantener un compromiso digno con el mundo?