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viernes, 8 de noviembre de 2013

La belleza del monstruo

Ligeti: Lontano

Wiertz: La bella Rosina

Fue en un tiempo sin tiempo, cuando la eternidad
latía en las entrañas de cuanto iba a nacer.
Oí una voz leve llamándome en la noche. 
Las estrellas caían en tumulto, y el mar 
acogía en su seno su múltiple estertor. 
Ululaba la luna como un barco en naufragio, 
mientras la tempestad preparaba su furia. 
Yo escuchaba el susurro batiendo su campana 
de dolor y de amor, de silencio y estruendo.
¿Acaso las sirenas de Ulises perseguían
con sus ténebres cantos conjurar un abismo,
inmacular a un diablo, enamorar a un dios?
Las últimas gaviotas agotaban su vuelo
brizando la serena superficie del agua,
hasta hundirse a lo lejos en sus nidos secretos.
Latía un torbellino por el cielo encrespado,
la esfinge era una antorcha fulgiendo entre las sombras
y chirrió la mazmorra donde aullaban los gritos.
- ¿Por qué me llamas, di, fantasma enamorado?
¿No puedes olvidarme como yo no te olvido?
¿Por qué quieres hacer de mi cuerpo tu tumba
sino porque yo hice de tu muerte mi vida?
Pero el dolor gritaba como un trémolo fúnebre
semejante a un verdugo que pretendiese amar 
y al besar abrasara con sus garfios de hierro.
Huí hacia todas partes, recorrí los sepulcros 
de la noche y el día, pasaron muchos años...
y me encontré de nuevo junto al grajo nocturno
devorando la luna, las estrellas, los sueños.
La belleza del monstruo reclamaba mi abrazo.
Decidido a morir, entré en mi corazón
buscando en él consuelo: en su celda secreta,
enloquecida y bella, transfigurada y pútrefa,
Oniria palpitaba su fiera ululación.