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martes, 29 de marzo de 2016

La indefensión de la pluma


Siempre la escritura me sirvió de trinchera contra los fantasmas del infierno y la acechanza de la muerte. Creía yo que, puesto que yo era nadie para mí y los demás, tal vez conseguiría ser alguien útil para mí mismo y para el mundo a través de mi palabra. Y solo la escritura me procuraba algún sosiego porque paliaba la inutilidad y la indefensión. 
     Pero todos tenemos un techo mental, y llegó un instante en que mi intelecto alcanzó el suyo: supe definitivamente que si algo había construido nada más construiría; y fui consciente de que mis limitaciones alejaban de mí toda aportación a mí mismo y al mundo. Tropecé con la muerte verdadera: la de ser yermo para mí y mis semejantes; y la de hallar que los años no atemperan, sino que desesperan cuando se lleva demasiado tiempo esperando lo imposible.
     Devastaciones, sueños, podría calificar mi torpe herencia. Dolor siento, no culpa: porque no fui ambicioso de circunstancias, sino de intimidades.