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sábado, 10 de diciembre de 2016

Homo Collector


Malher: Sinfonía Resurrección


Hace poco me dijeron, y comprobé que era cierto, que dos títulos míos, agotados, se vendían en internet por 188 y 399 euros, respectivamente. "Alguien que me confunde con Quevedo", me dije. Pero no: 
     ¿Qué es un par de dos millones de euros comparado con un cuadro de Rembrant o Van Gogh, o una pieza de Bach, o un manuscrito de Homero -si lo hubiere-, que se ponía ciego de cicuta antes de escribir? 
     Así que no es extraño que alguien con más euros que obras de arte compre la partitura autógrafa de la Sinfonía Resurrección de Malher. O un cuadro, o un poema manuscrito de EQUIS
     Es el afán de coleccionismo, de apropiación, de dominio, de poder, de saltimbanqui de los otros para ser el más fuerte, rico... en algo. La escena final de Ciudadano Kane creo que ilustra esa necesidad de suplantar el vacío interior con la acumulación de objetos conquistados con dinero o con las armas. 
     Así nacieron los museos, bibliotecas...: el afán de conocimiento y de maravillarse ante el mundo invisible o creado, de aquello que solo algunos pueden ver o crear, llevó a la posesión de códices, libros impresos, incunables y pinacotecas particulares, y esto a que más tarde se mostraran desde las instituciones a quienes no pueden adquirirlos. 
     Pero también es, junto al ansia de conocimiento, el homenaje que cada lector hace al autor que le legó su obra. El marqués de Santillana poseía dos docenas de libros, Velázquez 135 volúmenes... hoy es fácil tener dos o tres mil ejemplares en casa. 
     En este caso -el de Malher y tantos otros- no es solamente la posesión, sino el apropiamiento de lo mítico o legendario, el fetichismo, la devoración del manjar único y diferente: la partitura única, el libro del que solo existe un ejemplar... 
     Ciertamente también hay coleccionismos más banales: incluso el traje de Marilyn en Niágara o el huevo de Colón -que perdió en el océano y ha sido descubierto en unas recientes excavaciones submarinas-, cuando se le subieron a la glotis porque su tripulación ya se desesperaba y quería arrancarle algo para ofrendarlo al mar americano.