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sábado, 28 de enero de 2017

El Libro de Teluria (I)


Purcell: Lamento de Dido

El azar me convirtió en notario de cuanto acontece sobre la figura de Trovadorius, de quien justo es decir que adelgazar su verbo como él lo hizo, huyendo de retoricismos sin caer en la facilonería, ya es una virtud no acostumbrada. 
     Por ello debo atenerme a otros hechos: y son que se han encontrado -una vez más- algunos manuscritos atribuidos a su pluma. Su lectura indica que aquel canto de sus anteriores poemas se trocó en trasunto plañidero: al parecer, sus amores con la dama innombrada se marchitaron; o quizá fue otro amor el que naufraga en estos versos que ahora empiezo a dar a conocer. 
     No obstante, avanzo otra perspectiva: Mucho hay del estilo directo e intimista de nuestro autor en este conjunto de poemas; ahora bien: el título, Libro de Teluria, y su narratividad biográfica subterránea -que observará quien siga las sucesivas publicaciones-, conducen a concluir que tal vez no sea trovadoriusca su escritura, sino que probablemente fue una Dama así llamada -Teluria- quien lo escribió tras la muerte de su amado Trovadorius, allá por los ocultos tiempos en los que todo es ya leyenda. De ahí su carácter elegíaco:
     Aquí copio los dos primeros textos:

El libro de Teluria

1
Era yo el desencanto, una tragedia inútil
cuando te conocí y volví a la vida.
Como si despertasen los orígenes
del tiempo azul y un alba sonrosada
amaneciese para mí de nuevo,
mi corazón volvió a reír.
Fuiste mi sortilegio, la estrategia
con que me redimía del destino.
En ti encontraba mi resurrección
y tú me recreabas cada día
como a una arcilla virgen
destinada a ser fuego,
clamor de una existencia inmarchitable.

2
Inmersos en el templo, y entre grises columnas
como oscuros barrotes que nos entrelazaban,
me hablabas de cariátides y dóricas empresas
que otros amantes vieron mucho antes que nosotros.
Quisimos desnudar de estrellas la alta noche.
y trepar a la cima del cielo constelado
para agitar en ella banderas como besos.
Tus palabras decían misterios, derramaban
enigmas en el aire. Yo escuchaba el sonido
del pasado en tu boca vibrando igual que un pájaro
que no supiese dónde posar todo el paisaje
acumulado dentro de sus ojos.
Olimpos y trirremes, argonautas, centauros,
vasijas y corales fluían en anábasis
desbocada; y mi pecho, agitado ante tanta
catarata de oro, te ofrecía sus himnos
y escribía tu nombre en la oculta epopeya
que el amor y la noche, trovadores de sueños,