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sábado, 21 de enero de 2017

La tradición es un camino que anda


No hay mayor innovación que la progresividad de la tradición. Y la tradición auténtica es la que profundiza en el humanismo, al margen de novedades o piruetas expresivas. Todo experimentalismo que no se inserta en la tradición es un garabato en el aire. La tradición es un camino que anda.
     Suele confundirse poesía con verso, escritura con ludismo, cuadro con mancha pictórica, música con ruidos inarmónicos. Pero cualquier arte es, ante todo, retrato de un aspecto humano: su íntima realidad. 
     Claro está que el hombre lúdico no puede ser expulsado del homo sapiens; pero tampoco debe suplantarlo. Los vanguardismos son pertinentes porque diluyen los academicismos. Pero lo que queda es la palabra serena, fecunda, sustantiva y no adjetiva. Así que no se trata de inventar, sino de ahondar en los temas “de siempre”, los que identifican a la humanidad. Muchas veces he dicho que el primer poema de amor se lo diría, tal vez, Adán a Eva, o al revés. Los demás hemos estado repitiendo lo mismo durante milenios: y solo ha perdurado la dicción idónea de quien ha encontrado un nuevo matiz ensanchador del tema amoroso. 
     Calixto y Melibea, o Romeo y Julieta, no perduran por la palabrería de Rojas o Shakespeare, sino por la exactitud en la caracterización de sus perfiles mediante la palabra. Son una innovación dentro de la tradición: arquetipos. Garcilaso y Bécquer innovan por la pulcritud y sencillez de su dicción: por su equilibrio.
     Picasso o Mondrian, por ejemplo, son accidentes, aventuras, equilibrismos, prolongaciones, meandros de Velázquez o Renbrandt, por ejemplo. Estos se bastan a sí mismos, no necesitan de aquellos; en cambio aquellos necesitan de estos, y no existirían si estos no existiesen. Son la oración principal del arte; los otros, oraciones subordinadas. 
     Cuando alguna de estas subordinaciones se engrana en ese eterno vanguardismo progresivo que es la tradición pasa a convertirse, también, en obra clásica.